miércoles, 29 de diciembre de 2010

CARTA DE UN CAPITAN DEL EJÉRCITO ARGENTINO

Amigos:



Guardo en mis archivos esta carta, escrita por “UN CAPITÁN DEL EJÉRCITO DE LA DIGNIDAD”, han pasado 22 años desde aquel entonces y cada vez que la leo parece cobrar mas actualidad, si bien fue publicada como de autor anónimo, muchos, estoy seguro, hemos conocido al autor.


Cuando se distribuyó esta carta no existía Internet ni otro medio masivo que no sea el hacer copias, hacíamos las fotocopias y al pié le agregábamos: “LEA, COPIE Y DISTRIBUYA”, los que tienen algunos años, como yo, se acordarán de ese método artesanal, de entrega personal y con el sabor del compromiso particular que significaba hacerlo.


Hoy la pasé a la computadora y con un clic la puedo enviar a todo el mundo en una décima de segundo, utilizando mi nombre y apellido o escudándome en un nick, por Internet es más seguro la distribución, más prolija. Pero... no tiene ese sabor de aquella entrega personal en la que uno miraba cara a cara al que la recibía y semblanteaba el efecto producido, los compromisos eran terminantes no había excusas, hoy casi todo es virtual, casi todo parece real, pero...

Cordialmente, José Mármol





CARTA ABIERTA DE UN CAPITÁN A SUS HIJOS






Anoche tuve un sueño, y en ese sueño veía a un hombre sin rostro. A su lado una mujer y aunque no los pude contar, vi varios niños. El mayor no superaba los 10 años, el menor aún no caminaba. Pero lo que más me llamó la atención de esa familia es que nadie reía, la mujer parecía agobiada, los niños miraban como interrogando al padre y como adivinando también mi extrañeza ese padre sin rostro comenzó a hablar. Su voz sonaba lejana, impersonal, profunda y se notaba en ella un cansancio que contrataba con la juventud de ese cuadro familiar.


El joven dijo: “Mujer, niños, veo en sus rostros la tristeza, la pena, el agobio y la incomprensión, pero además veo que esperan de mi una respuesta, una luz que permita comprender nuestra situación, que les permita sobrellevar este presente, que les ayude a enfrentar el futuro y yo trataré de explicarles contándoles una historia, una pequeña gran historia, que me pertenece, y que también a muchos hombre como yo, a los que un día Dios nos señaló un camino a recorrer en este mundo.


“Había una vez un niño que había nacido en un hogar de una familia humilde, de padres obreros que querían lo mejor para ese hijo al igual que todos los argentinos. Ese niño jugaba con soldaditos de plomo de los cuales él era el triunfante general de mil batallas imaginarias y ese San Martín diminuto e imaginario un día ingresó al Liceo Militar para alegría de sus padres que esa época no muy lejana respetaban y admiraban a los militares, que se les hinchaba el corazón en los desfiles o con una marcha militar, que hablaban de una carrera vocacional...! igual que los curas!! Decían. Y ese niño recibió su primer uniforme, juró la Bandera, amó sus pliegos y soñó con una muerte heroica, al frente de sus soldaditos de plomo y cubierto con su Bandera azul y blanca, luego de vencer al enemigo.


Empezaba la década del ´70, largo sería relatarles como se desangraba la Patria esos años, pero si puedo contarles algunos detalles de esos días.


Desde el año 1966 la llamada Revolución Argentina gobernaba el país luego de derrocar al Presidente ILLIA, los Generales ONGANÍA, LEVINGSTON y LANUSSE se sucedían en el poder, este último ejerció la tutela de todo ese proceso hasta que la encabezó como Presidente de la República de los Argentinos.


El Cordobazo en el ´69, luego el Rosariazo, mostraban la cara de una violencia que alcanzaría su cúspide más sangrienta en los próximos 5 años.


La guerrilla nacida en TACO RALO, había hecho su presentación en sociedad.


El Colegio Militar!! – hoy lo recuerdo con nostalgia, -Cuantos ideales, cuanta dureza, cuanta fortaleza, cuanto amor, cuanta camaradería!! Que cerca nos sentíamos del General San Martín!! Que orgullosos con nuestros vistosos uniformes!! Otra vez los soldaditos de plomo y el bravo General. Los desfiles en la Avenida del Libertador!! Aún la gente nos aplaudía, el pueblo nos respetaba, nuestros Generales nos mandaban. Los viejos obreros, ya jubilados, se enorgullecían del niño valiente. Claro, qué familia de obreros no deseaba tener un militar en la familia, si hasta lo hacían sentir General al niño de 20 años. Ese niño de 20 años que escuchó de boca del General Lanusse, de 52 años, antidemocrático todavía, un primer juramento inconsulto: de que el Ejército Argentino “nunca más interrumpiría un gobierno democrático”. Aunque no se le preguntaba, se juraba en nombre de ese joven de 20 años, pues se empeñaba la palabra de todo el Ejército.


Hijos míos, para que se ubiquen en el tiempo, los Generales de hoy eran Tenientes Coroneles en esa época y ninguno que yo sepa se opuso a ese juramento. El joven de esta historia también creyó en ellos, eran sus maestros. Hablarles de la guerrilla me llevaría libros, por eso solo reseñaré lo que en su juventud ya entenderán.


Eran tiempos difíciles, coexistían diferentes grupos, diferentes ideologías, mismos métodos, mismos objetivos, empleaban la violencia, la muerte, la emboscada, la traición por tomar el poder e implantar un gobierno comunista


. Estaban organizados militarmente, infiltrados en un movimiento popular, también eran argentinos. Se instruían en el exterior y en nuestro país, comenzaron matando generales y siguieron por oficiales, suboficiales, soldados, civiles hombres y mujeres, también niños, sí, como escuchan, niños como ustedes.


¿Sus métodos? Sí, eran variados, bombas en sitios públicos, emboscadas a militares y civiles, torturas a quienes caían prisioneros, ataques a cuarteles, donde acribillaban los “niños soldados” que hoy nadie recuerda, ni nuestro Presidente que se llena la boca hablando de los “Chicos de la guerra”, pero estos son de más adelante de esta historia.


El joven soldadito de nuestra historia aprendió a combatirlos desde que era cadete, pues cuando se recibiera de Subteniente iba a enfrentarlos en los montes tucumanos. El joven vio a un Ejército que se transformaba para enfrentarlos, que dejaba los cañones y tanques que no servían para esta guerra y todos tomaban el fusil, bueno... todos no, hubo algunos militares que fueron Judas, que les prestaron sus uniformes y les enseñaron sus tácticas, esos hoy son “democráticos” e integran un club de Judas que se llama CEMIDA.


Nuestro joven se recibió de Subteniente y fue a los montes, luchó en las ciudades, manchó su uniforme con la sangre de sus camaradas que morían en sus brazos, tras la emboscada artera, y fue al frente de sus soldaditos de plomo, que tenían la misma edad de él y vio morir a los Berdina, los Masaferro, los Moya, los Maldonado, marinos, aviadores, policías, gendarmes, los de prefectura, los civiles, los niños, las mujeres y a todos los vio cubrir con la azul y blanca, pero eso en vez de amedrentarlo, le daba fuerza, valor, iba convencido (Obediencia Debida mediante) de su guerra justa, de su Dios, Patria y Hogar, y luchó convencido y mató convencido. Sí hijos, mató en combate, y solo él sabe que es más fácil morir que matar, solo él sabe lo duro y traumático que es matar a los 21 años, (aunque a cualquier edad lo es) aunque sea en combate y por los mas altos ideales.


¿Alguien comprendió sus sacrificio?


¿Alguien le explicó que los soldadit0os de plomo sangran y mueren?


Nadie se lo dijo, pero él lo tuvo que decir a los padres de esos soldaditos de plomo, pues eso también fue su tarea.


¿Alguien lo pensó?


Mucho más adelante se enteraría que varios de esos Tenientes Coroneles que hoy están, no querían ser Jefe de Regimiento, Batallón o Grupo, porque si eran atacados por la guerrilla podían perder su carrera militar, que algunos se enriquecieron con dinero y bienes adquiridos ilícitamente, que algunos hicieron su guerra personal por intereses personales, que algunos negociaban con el poder político y hasta con los mismos guerrilleros. Pero casi ninguno pensó en ese joven, lo dejaron con su mochila llena de experiencias, algunas traumáticas, utilizaron el “CHE PIBE” para estar mas cerca por lo menos formalmente de ese hombre que inició su carrera militar con una guerra fraticida.


En el año ´76 nació el Proceso de Reorganización Nacional, ¿y el juramento de Lanusse?-, y los Tenientes Coroneles fueron Intendentes, interventores gremiales, directores de televisión, ministros, etcétera y no escuchó a ninguno de ellos oponerse al ataque de la democracia, por el contrario, aceptaban con agrado su nuevo cargo e inmediatamente imprimían su tarjeta personal con su nuevo “destino cívico-militar”


¿Y nuestro Joven?


A él le dijeron que se terminó la guerra, que debía lustrarse los borceguíes y cortarse el pelo, aparecieron los “Comechicos”, que no le preguntaron que hizo en la guerra, cual había sido su experiencia, cuales sus consecuencias, que sentía ese joven que había vivido episodios tan traumáticos; era más importante cortar el pasto a machete, pintar los árboles y edificios, ver banderas que ya no cubrían camaradas sino que adornaban tanques de agua.


Y llegó el ´78, el Mundial y la guerra con Chile, y nuestro joven se fue a la frontera, y se infiltró en Chile, y cavó trincheras y se preparó nuevamente para dar su vida, ahora contra el enemigo exterior; nuevamente se puso al frente de sus soldaditos de plomo, con sus ideales intactos, a pesar de sus superiores, con su sentir nacionalista a flor de piel y estuvo a dos horas de una guerra nueva, dispuesto a “Echar a los chilenos al Pacífico, beber su vino y disfrutar de sus mujeres” al decir de un general que aún respeta.


Su mujer esperaba la vuelta del guerrero con su primer hijo en las entrañas. ¡Que mujer, que fortinera! Su novia de cadete, su Juana Azurduy en la guerra antiguerrillera, su Alfonsina Storni en el amor, ña Madre María de las noches de pesadilla, su Remeditos Escalada, su Penélope, la súper ministro de economía de su magra paga.


¿Quién se acordó de ella?


¿Quiénes cometieron el gran sacrilegio de hablar de la familia militar y solo tenerla presente para mandarle un ramo de flores en el día de su cumpleaños o una tarjeta en el aniversario de bodas?


¡Cuántos olvidos!


¡Cuánta ingratitud hacia ella! ¡Cómo te bastardearon mujer, madre, niña, soldado! ¡Cuánto te deben! ¡Dios los perdone a los necios que no vieron ni ven tu grandeza, ni tu sacrificio!


¡Que se les caiga la lengua en pedazos cuando te nombran y no sientan lo que dicen!


Corría ya el año ´79 y el PRN tenía sus problemas, había fallado la política económica liberal, el pueblo comenzaba a expresar su descontento, la clase política (mano de obra desocupada) se ponía en movimiento, se cernía sobre el país un cerco internacional.


Los Derechos Humanos inventados por los EE.UU. como estrategia para anteponerse a Rusia, fabrica un Premio Nóbel, auspicia la creación de comisiones de DDHH, aparecen las Madres de subversivos desaparecidos, la guerra ganada con la sangre de héroes y el coraje de muchos argentinos empieza a ser perdida en el campo político, continúa una guerra que los altos mandos no alcanzan a entender, se comienza a perfilar la derrota política de la guerra contra la subversión...


Nuestro joven, hijos míos, mientras tanto ha seguido perfeccionándose para su propio impulso, en base a un sistema de auto preparación que como hace recaer en él toda la responsabilidad de aspectos que no le competían plenamente.


Y llegó el ´82 y con él la Gesta de Malvinas, una radio le informa que su ejército a recuperado las hermanitas perdidas.


Otra vez la guerra, otra vez exaltado su idealismo, otra vez su voluntarios sacrificio por la Patria, otra vez la batalla por la recuperación territorial para conquistar la ansiada soberanía del colonialaje inglés. Y allí marchó al frente de sus soldaditos de plomo, luchó y mató, vio morir a sus camaradas y su mente se transportó al pasado y la sangre derramada por sus pares le dio mas fuerza aún.


Como cruel coincidencia una radio en la trinchera transmitía un partido de fútbol, una carta en sus manos le anunciaba que en el continente se había comenzado a gestar en el vientre de su mujer su cuarto hijo. Pero la gloria estaba con él, su pueblo lo apoyaba, su país se había puesto de pié, el invasor inglés sería frenado como en 1806.


El bombardero, la turba, el frío, el miedo, el valor, el pié de trinchera, la muerte, todo se mezclaba pero no importaba para ese soldado que había aprendido a darlo todo, para quien al decir de Tagore: “El servicio era alegría”.


Vio descender varios políticos de un avión; ¡El país estaba con él!


El combate fue duro, el frío también, pero que dura fue la derrota, que duro el cautiverio en el buque inglés.


¡Que sabor amargo que tenían sus lágrimas! El mismo sabor quizás que cuando lloró a sus camaradas en el monte tucumano, el mismo sabor de las lágrimas que derramó sobre el rostro de su soldado muerto en Monte Kent.


En el barco vio los rostros de varios superiores por primera vez, como si recién llegaran a las islas, pero ya se iba, derrotado. ¿Acaso esos Coroneles no eran los Tenientes Coroneles que ya había visto unos años atrás en la otra guerra o los que veo hoy con otra jerarquía y de ellos, como la otra vez, algunos combatieron, otros defeccionaron pero ese no era su problema o por lo menos ahí no se lo planteó?


Como antaño debía enfrentar los rostros de los padres de sus soldaditos de plomo muertos y explicarles que debajo de una cruz blanca quedaban sus cuerpos como testimonio de que habían luchado como podían, con lo que tenían y con todo el valor y el honor que poseían.


El regreso a casa, hijos míos, con cuanta ilusión lo hizo, conciente de que su entrega había sido total, que su pueblo lo esperaba, que entenderían que hizo lo que humanamente pudo, que lamerían sus heridas físicas y psíquicas y cuan grande fue su sorpresa, su decepción al ver que era escondido como enfermo contagioso, que era recluido como prisionero en territorio propio, que el mundial de fútbol para mucha gente fue mas importante que su sacrificio, que su entrega, que sus muertos.


Que duro fue recomenzar, que dura la infamia, la soledad y la difamación. Creerán familia, que nuestro hombre ya tiene 180 años, pero no, solamente a vivido una treintena de años, recién cronológicamente empieza a ser un hombre, pero a pasado tanto en tan poco tiempo que su vida se ha hecho atemporal, pero aún no imagina lo que debe pasar, lo que debe sufrir.


En 1983, el PRN está en retirada, en desbande, entrega la banda presidencial a un presidente surgido de la voluntad popular. Socio fundador de la comisión de DDHH de Latinoamérica, defensor de líderes subversivos, socio de la social democracia y que logra su ascenso al poder denunciando un pacto militar-sindical inexistente pero que le sirvió políticamente. Ideológicamente enemigo dela FFAA, y sobre las que planea un castigo ejemplar público e histórico para intentar su disolución, disminuir su poder y enfrentarlas con el pueblo, otros políticos de otros partidos lo secundan ingenuamente o a conciencia en su estrategia. Crea la teoría de los dos demonios (subversivos y militares), inicia juicios públicos (tipo circo romano) a las instituciones militares. Pone preso a 2 subversivos y enjuició a 2.000 militares (que luego de su juicio público no tendré pruebas para detenerlos, Semana Santa mediante), para lograrlo, modifica el CJM y ejecuta procedimientos anticonstitucionales para lograr su cometido. Inicia una acción cultural gramsciana para encuadrar ideológicamente su revolución izquierdoza. Emplea a ateos y no católicos en las áreas de la educación. El teatro, el cine, los MCS en pleno, atacan a las FFAA para propinarle el castigo histórico, para desintegrarlas, para dividirlas. Toda obra cultural que denote el accionar militar contra la guerrilla, es acompañada por una propaganda oficial monstruosa para que sea premiada en la Argentina y en el exterior, quien ataca a las FFAA es aliado del gobierno e inmediatamente se le brinda apoyo oficial.


Cada elección que se produce a partir de ese año, que son muchas, pues en este país, hijos míos, se vota seguido pero nadie gobierna para el que vota, son ganadas por el oficialismo alimentando campañas antimilitares y show bombísticos sin responsables a la vista.


Pero... ¿Y nuestro hombre?


¿Dónde está nuestro soldado, que ocurre con él?


Nuestro hombre ha sido condecorado por su brillante desempeño en la guerra con el enemigo inglés.


Nuestro hombre ha seguido su carrera militar soportando sobre sus espaldas la política gubernamental descripta.


Hace 4 años que terminó la Guerra de Malvinas, pero atónito observa a su Ejército embarcado en la “Batalla Jurídica”, engendrada por un General, 2 veces condecorado con créditos del BHN y un generalato complaciente con el poder político. Un General que niega haber combatido a la subversión, que se preocupa por salvar en la Batalla Jurídica a sus pares generales y “reconocer que habrá bajas propias” pero las mismas son las de siempre, la misma “carne de cañón” los que combatieron en primera línea, los camaradas del hombre de mi historia, de mi sueño, los Subtenientes de la Guerra Sucia, los Capitanes, los mayores, total siempre se los usó y nunca dijeron nada.


¿Recuerdan hijos míos, cuando José (el hijo mayor, de 10 años) volvió con el ojo negro de la escuela porque le dijeron que su padre era un torturador, violado y un asesino, pero sobre todo era un militar y él me defendió?


Eso les ocurrió a los héroes con sus hijos, a quienes debió despojar de sus cadenitas de oro que pendía de sus cuellos, regalo de la abuela para venderlas para comer, y las medallas de sus destinos y la de Malvinas, fueron también a parar a las manos de los traficantes de la calle Libertad. Pero no solo fue despojado económicamente, sino que fueron despojados de su moral, de su honor, de su dignidad. Como n o podía alimentar a sus hijos dejó de preocuparse por su educación profesional y empezó a vender seguro para autos; mientras veía que viejos soldados con pocos años se iban de baja, desangrando a la institución de sus mejores hombres.


¿Y el generalato? Los TCNL (S) de la GCS, los CNL. (S) de Malvinas, los GRL (S) de la Revolución Gramsciana, si eran ellos, de los que ya les hablé, que con su débil moral, con su declinante formación cristiana dejaban morir al EA en manos del enemigo de ayer, hoy encaramado en el poder. Y se hicieron compañeros de ruta del gobierno para mantener prebendas jurando nuevamente por esta democracia, olvidando sus puestos en el PRN. Para un gobierno es más fácil “comprar un General” y que él mismo por acción u omisión destruya al EA.


Nuestro héroe veía morir a su ejército y a su Patria, veía como querían mezclar con estiércol la sangre de sus camaradas, veía como desaparecía el mando (Atributo esencial del militar) como se imponía una disciplina formal, disciplina que sin el mando es cáscara de huevo que recubre un volcán en erupción.


El EA, las FFAA, la Patria, el sacrificado pueblo argentino comenzaba su agonía, Gramsci sonreía desde el infierno, su pupilo era bueno de verdad.


Pero un día, una mañana del 16 de abril de 1987, el día que Jesucristo moría, un Jueves Santo, nuestro héroe dijo: ¡BASTA!


¡ Basta a la persecución, al engaño, a la mentira, basta al deshonor, a la miseria moral, a la decadencia, a la corrupción!


¡ BASTA AL DIABLO!


La noche anterior y en un segundo recorrió su corta vida, miró sus pergaminos militares, simples papeles sin valor si en ellos no se refleja la dignidad, el sacrificio y la entrega sin límites en bien del servicio.


Miró a sus hijos (cinco) mientras dormían, acarició los cabellos de la menor y lloró en su pecho, como nunca lo había hecho antes, y les ofreció a ellos y a Dios su sacrificio. Tomó las fotos de sus padres, las besó y les pidió perdón, pues mañana pondría fin a su carrera militar, a su libertad y a su vida si fuera necesario, sabía que ellos lo entenderían, mas también sabía que el sacrificio que habían hecho ellos para ver al soldadito de plomo, a su San Martín luciendo gallardo el uniforme de la Patria terminaba de un plumazo.


Paso a la habitación de su mujer, brava compañera de mil guerras, besó sus manos encallecidas de “vieja mujer” de treinta años y ella abrió los ojos.


“Mujer, dijo, te voy a dejar sola, el deber me reclama, las mujeres de mis camaradas perseguidos también entenderán tu sacrificio, solo te pido que al amanecer les digas a nuestros hijos que su padre les va a dar quizás la última lección, el último ejemplo, vos vas a saber encontrar las palabras exactas. Diles también que su padre quiere ir a luchar y quizás a morir de la misma forma en que vivió, con DIGNIDAD”


¿Me preguntas si somos muchos?


No lo sé, esta es una convocatoria espiritual, sin invitación, eso sí, es solo para aquellos hombres que entienden que es preferible morir de pié que vivir de rodillas.


¡Ah!, Me olvidaba, la vestimenta es “de soldado”. Sé que me comprendes porque eres un soldado también, y a ese soldado le pido, que me ayude a cargar mi mochila, la misma que se fue llenando día a día a tu lado, y que a pesar de que hace tiempo que no la uso, verás que esta noche se irán solas las “cucarachas” que otras veces encontramos.


Luego nuestro hombre fue al placard y tomó un Rosario de cuentas blancas, compañero inseparable en los momentos de peligro, y cuando lo tuvo en sus manos vio que brillaba con mas fuerza.


Se sintió bien. Cristo ya sabía.


Ya de uniforme, acomodó su boina frente al espejo, y como último acto se “PINTÓ LA CARA”. Estaba listo para el combate por la dignidad de todos, por amor a la Patria y al camarada.


Hijos míos, ese hombre es su padre, y este es su testimonio. Algún día les contaré el resto del sueño, hoy les regalo esta plegaria, que no conozco su autor, pero récenla en mi nombre:










Gracias Señor, Dios de los ejércitos, porque pusiste en mi corazón estas ansias de servirte por medio de las armas, este anhelo de ayudar a mis hermanos argentinos, a seguir también ellos tu llamado, en los talleres, en los hogares, hospitales y parroquias, en las aulas, en las oficinas y en el campo, confiados en la protección de sus FFAA.


Gracias por no haber sido indigno al portar en mi uniforme ese símbolo de mando que es el sable, el escudo de la Patria y los colores nacionales.


Gracias por haberme dado en las auroras luminosas, ocasión de saludar a la Bandera que subía al tope del mástil y poder combatir para mantenerla en lo alto y que sea mediadora entre nosotros y la gloria.


Gracias, por las duras jornadas de labor, los momentos de amargura, incertidumbre y fracasos que se alternaron con aquellos mas serenos, que mostraron la alegría de los éxitos.


Gracias Señor, por que me hiciste soldado del Ejército Argentino.




Homenaje a los soldados que sin distinción de jerarquías se “PINTARON LA CARA” por sus camaradas, por sus familias, por sus superiores y subalternos, por el EA, por las FFAA y de SEGURIDAD, por Dios, por la Patria y por su Pueblo. Por todos los que sufren persecución por medio de la cárcel, la baja, retiro y disponibilidad que les robaron sus banderas, pero quienes lo hicieron no tienen ni su coraje, ni su honor, ni su moral para levantarlas sobre sus miserias


Sirva también este homenaje a nuestros camaradas que no se pintaron la cara, pero que también mantienen incólume su moral y su espíritu para hacerlo cuando sea necesario.


16 de septiembre de 1988






“UN CAPITÁN DEL EJÉRCITO DE LA DIGNIDAD”.





sábado, 25 de diciembre de 2010

TTE. GENERAL D. JORGE R. VIDELA: AL PUEBLO ARGENTINO

Diciembre 23 2010



MANIFESTACIÓN ANTE LOS JUECES

INTROITO


Señores Jueces:


Mucho se ha dicho y se ha escrito, sobre lo ocurrido en nuestra Patria durante la década de los años 70; lamentablemente, con una visión sesgada de la realidad -no exenta de dudoso propósito- ocultando parte de la historia de esos trágicos años y tergiversando a su vez, la parte que se hace pública.


No es mi intención, en este momento, polemizar con dichas opiniones, emitidas en uso del derecho a la libre expresión que protege nuestro sistema democrático de vida. Mi conducta al respecto, ha sido la de mantener un prudente silencio, como contribución a la concordia entre mis conciudadanos.


Pero, en esta oportunidad -más que como imputado, como protagonista y testigo- siento el deber inexcusable de hacer llegar ante ustedes y a través de ustedes a la sociedad argentina toda, en particular a sus jóvenes manipulados por la desinformación y la propaganda artera, mi visión personal sobre aquellos hechos, que constituyen el marco de referencia que encuadra lo que es materia de este y otros juicios en los que me encuentro procesado.


NUESTRA ULTIMA GUERRA INTERNA


Antecedentes mediatos


Al término de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad de naciones quedó virtualmente agrupada en derredor de dos polos de poder -ideológicamente antagónicos- que, además de disputarse entre sí el manejo del mundo, intentaban atraer en su favor a los países no alineados con ellos.


El dominio del poder nuclear por parte de las dos potencias líderes (EE UU y la URSS) y la posibilidad de su destrucción masiva en forma recíproca, actuó entonces como factor de disuación, dando lugar a la llamada guerra fría: una suerte de equilibrio inestable que nadie se atrevía a romper -so pena de la represalia- todo ello, en medio de una paz armada.

Fue justamente la URSS quien, con el afán de expandir su poder, ideó una manera sutil de quebrar aquel equilibrio sin que provocara la réplica; y lo hizo promoviendo, alentando y solventando los llamados movimientos de liberación nacional: contra el colonialismo, caso de África; o bien contra las desigualdades sociales, caso de Latinoamérica.


La estrategia así concebida, llamada también estrategia indirecta o guerra revolucionaria, buscaba la toma del poder en dichos países, mediante acciones violentas amparadas bajo las banderas de la liberación.


Cabe destacar que, lo que para las grandes potencias eran conflictos de baja intensidad, constituían para los países periféricos -como en nuestro caso- conflictos en los que se jugaba la identidad nacional de estos países.


La República Argentina no fue ajena a esa forma de agresión y, lo que pudo ser objeto del debate y de la confrontación democrática de ideologías encontradas, pasó a convertirse en un violento enfrentamiento armado -dado la intolerancia del agresor- cuyo lema rezaba: la razón está en la boca de los fusiles.


Antecedentes Inmediatos


El empleo de las Fuerzas Armadas en 1975, para combatir contra el terrorismo, no fue un acto improvisado y mucho menos novedoso.


En efecto, el Ejército, dentro de su planeamiento específico de corto plazo, contaba con el llamado Plan de Capacidades, el cual contenía las previsiones para responder, con lo que se disponía en ese momento, ante la ocurrencia de cualquiera de las hipótesis de conflicto retenidas como tales.


Una de esas hipótesis era la Variante Marco Interno, la cual preveía una agresión por parte del terrorismo subversivo que, superando la capacidad de represión de las Fuerzas Policiales y aún las Fuerzas de Seguridad, impusiera el empleo de las Fuerzas Armadas, con el objeto de restablecer el orden alterado, previo dictado del decreto correspondiente.


Luego del Cordobazo (producido el 29 de mayo de 1969) y del posterior secuestro y asesinato del Teniente General Aramburu (ocurrido el 29 de mayo de 1970) el Ejército puso en práctica el Plan de Capacidades - Marco Interno, cuando su Comandante, el General Lanusse, ordenó a dicha fuerza ejecutar, en forma limitada, operaciones de seguridad (controles de rutas, controles de población, rastrillajes, protección de objetivos sensibles, etc.), dado que las acciones producidas por el agresor, no requerían un mayor grado de compromiso.


En forma simultánea, como Presidente de la Nación, el General Lanusse promovió una modificación de la legislación penal, incluyendo nuevas figuras delictivas, así como el agravamiento de algunas de las penas existentes. Pero, más trascendente aún, fue la decisión de crear la Cámara Federal Penal, integrada en su totalidad por magistrados civiles, para actuar con jurisdicción y competencia en todo el territorio nacional, a fin de juzgar, exclusivamente, los delitos terroristas y conexos.


Este conjunto de previsiones dio excelentes resultados; tan es así que, al finalizar el mandato del General Lanusse, el 25 de mayo de 1973, con observancia del debido proceso, había cerca de 1.500 detenidos en calidad de procesados o bien cumpliendo condena, en relación con los delitos ya citados.


Lamentablemente, al asumir la Presidencia el Doctor Cámpora, dictó, en esa misma noche, un decreto de indulto concediendo la libertad de los detenidos y promulgó, en forma casi simultánea, una ley de amnistía sancionada por el Congreso con igual finalidad. Vale recordar que la citada ley de amnistía, al ser tratada en general, resultó irresponsablemente aprobada casi por unanimidad, por parte de los legisladores integrantes de ambas Cámaras.

Mediante dichos instrumentos legales, se dispuso la libertad de todos los terroristas que se encontraban detenidos, los cuales fueron recibidos como héroes por sus simpatizantes quienes, a su vez, mantenían desde


temprano las cárceles en su poder, a la espera del decreto presidencial que disponía los indultos, promovido por el entonces Ministro del Interior, Doctor Righi, a quien Perón echó de su cargo; hoy Procurador General (Jefe de los Fiscales).


Asimismo, fue disuelta la Cámara Federal Penal que había dictado las detenciones; sus jueces fueron declarados cesantes y librados a su suerte; varios de ellos sufrieron atentados, incluso de muerte; y otros debieron abandonar el país por falta de garantías para sí mismos y sus familias.

Simultáneamente, se dejaron sin efecto las reformas introducidas en la legislación penal.


Extraña paradoja: el remedio judicial, eficazmente implementado por un gobierno militar para luchar contra el terrorismo subversivo con la ley bajo el brazo, fue luego demagógicamente dejado sin efecto por el gobierno constitucional que lo sucedió, dando lugar a la puesta en libertad de casi 1.500 terroristas que estaban detenidos cumpliendo condena o bajo proceso, al par que sumiendo en el desamparo a los jueces que los habían juzgado.


Por supuesto que ninguno de aquellos llamados jóvenes idealistas (Perón los llamó estúpidos e imberbes cuando los echó de la Plaza de Mayo) dejó la cárcel para reinsertarse pacíficamente en la sociedad. Todos ellos, so pretexto de sentirse perseguidos por el sólo hecho de pensar diferente, salieron dispuestos a matar con las armas que les entregaron al abandonar la prisión. Con tal disposición de ánimo, pretendían dar cumplimiento a la consigna de su paradigma, el Che Guevara, quien decía:


Que era preciso, por encima de todo, mantener vivo el odio intransigente al enemigo; odio capaz de llevar al hombre más allá de sus límites naturales; y transformarlo en una fría, selectiva, violenta y eficaz máquina de matar.


¿Conocerán este detalle quienes, con ignorante orgullo, lucen hoy la imagen de ese nefasto personaje en tatuajes y remeras y, lo que es peor, en despachos oficiales?


La Agresión Terrorista


Larvada en sus inicios, al comienzo de la década del sesenta y abiertamente desembozada en la década siguiente, la agresión terrorista buscaba la destrucción de bienes materiales y de personas para que, mediante el terror que dichas acciones pudieran generar, tomar el poder político, a fin de imponer un régimen marxista-leninista, totalmente ajeno a nuestro tradicional estilo de vida.


Capacitada para producir aquellas acciones intimidatorias, la agresión terrorista estaba integrada mayoritariamente por personal nacional, entrenado en Cuba, Siria, Palestina y Argelia, o bien, dentro del propio país, con instructores foráneos. Disponía, también, de armamento y equipos provistos por la URSS, a través de Cuba, así como fabricados localmente en fábricas clandestinas, o fruto de ataques a organismos militares y policiales. De la misma manera, estaba financiada con fondos provenientes de la URSS, o con el producido de los asaltos perpetrados contra entidades bancarias, o el botín resultante de los secuestros extorsivos (el más notorio fue el de los hermanos Born, por un monto de sesenta millones de dólares).


La magnitud de dicha agresión, fue aumentando con el transcurso del tiempo, hasta llegar a una medida no conocida en nuestro país. Así pasamos del terrorismo sistemático y selectivo, que producía el secuestro y muerte de personas aisladas, o la ocupación de pequeñas localidades, hasta llegar a verdaderas acciones de combate como lo fueron la toma por asalto de unidades militares, que debían ser recuperadas por unidades vecinas, o las operaciones bélicas libradas contra la guerrilla rural en Tucumán, donde el enemigo intentó crear una zona liberada.


A mediados de la década del 70, los elementos terroristas habían proliferado bajo distintas denominaciones, a los que se sumaban efectivos de custodia de los dirigentes sindicales (verdaderas patotas armadas que, más que proteger intimidaban) así como los integrantes de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) una suerte de milicia clandestina que operaba bajo la conducción del Ministro de Bienestar Social, José López Rega.


Dentro de esta especie de far west vernáculo, en el cual el Estado había perdido el monopolio de la fuerza, se destacaban por su número, organización y entrenamiento, dos agrupaciones distintas a saber: el Ejército Revolucionario del Pueblo, encabezado por Santucho, brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores, de tendencia trotskista; y Montoneros, encabezado por Firmenich, brazo armado de la izquierda justicialista y, más específicamente, representativo de la Juventud Peronista.


Ambos, a su vez, actuaban bajo la forma de guerrilla rural, como en el caso de Tucumán, con la intención de crear una zona liberada en dicha provincia, aprovechando las facilidades que a tales fines ofrecía la geografía lugareña; o bien como guerrilla urbana, en cuyo marco un joven cumplía durante el día su cometido normal como hijo, estudiante u obrero y, durante la noche, con una pastilla de cianuro en el bolsillo y un arma escondida entre sus ropas o entre las mantas de un coche cuna conducido por su pareja -generalmente embarazada y usada a modo de escudo humano- asaltaba, secuestraba, o colocaba bombas.


En cuanto al grado de violencia desatada por el agresor, no está demás recordar lo expresado por The Times de Londres, en un artículo reproducido por el diario La Nación de fecha 2 de diciembre de 1977, en el que decía: ...Se ha olvidado en el extranjero que cuando los militares argentinos lanzaron su campaña contra el terrorismo, la sociedad y el Estado estaban al borde del colapso, que el terrorismo comenzó al final de los años 61 y había alcanzado proporciones que hacen los secuestros en Alemania Occidental y los disparos a las piernas de Italia como juego de niños contra la sociedad. Cuando la respuesta vino, mucha sangre se había derramado como para esperar demasiada cautela en la misma... Los terroristas italianos y germanos occidentales no pueden ser comparados con la fuerza y la ferocidad de los dos grupos argentinos, ambos actualmente casi aniquilados... Cuando Amnesty Internacional publicó su informe de 92 páginas sobre la represión en la Argentina, un editor de un diario inglés de aquí comentó: si ellos hicieran un informe sobre las atrocidades terroristas, probablemente sería mucho más voluminoso.


Vale recordar también que, en su largo pontificado, el Papa Juan Pablo II puso luz sobre distintos temas que desde el Concilio Vaticano II eran tergiversados. Entre ellos, cierta apología de los partisanos, los maquis, la guerrilla, y otras formas de terrorismo.


Con claridad, el Papa Wojtyla expresó sobre el particular lo siguiente:


El terrorismo piensa que la verdad en la que cree o el sufrimiento padecido son tan absolutos que lo legitiman a reaccionar destruyendo incluso vidas humanas inocentes.


Pretender imponer a otros con la violencia lo que se considera como la verdad, significa violar la dignidad del ser humano y, en definitiva, ultrajar a Dios, del cual es imagen.


Las injusticias existentes en el mundo nunca pueden usarse como pretexto para justificar los atentados terroristas. Si nos fijamos bien, el terrorismo no sólo instrumenta al hombre, sino también a Dios, haciendo de él un ídolo del cual se sirve para sus propios objetivos.


El terrorismo se basa en el desprecio de la vida del hombre. Precisamente por eso, no sólo comete crímenes intolerables, sino que, en sí mismo, en cuanto recurre al terror como estrategia política y económica, es un auténtico crimen contra la humanidad.


A modo de anécdota puedo expresar que, dentro de esa orgía de violencia, en mi condición de Comandante en Jefe del Ejército, fui objeto de seis atentados contra mi vida, los cuales llegaron a materializarse sin que, gracias a Dios, cumplieran sus designios. El primero de ellos, ocurrido el 16 de marzo de 1976: preveía la voladura del automóvil que me conducía a la sede de mi comando, con cargas explosivas accionadas por control remoto, colocadas en un automóvil aparcado en la playa de estacionamiento aledaña al edificio; y fue comandado por Verbitsky, quien resultó posteriormente enjuiciado por la dirigencia de la organización Montoneros, en razón de haber abandonado el lugar de los hechos sin antes comprobar los efectos producidos por la operación, así como asegurado el repliegue del personal a su cargo, según lo determinaban los manuales respectivos.


La Legítima Defensa


En el mes de enero de 1975, la señora de Perón, a cargo de la Presidencia de la Nación, dictó un Decreto por medio del cual ordenaba el empleo de las Fuerzas Armadas para combatir al terrorismo hasta su aniquilamiento, pero geográficamente limitado a una zona de operaciones en la Provincia de Tucumán, acción que dio en llamarse Operación Independencia.


Esta limitación geográfica no dejaba de ser una ventaja para el oponente, ya que les permitía a los terroristas que actuaban dentro de la zona de operaciones, recibir reemplazos de personal, así como refuerzos de armamento y equipo provenientes de otras zonas del país, lo que dilataba la posibilidad de lograr su aniquilamiento en corto plazo.

Para entonces, el país vivía un clima agobiante, signado por la angustia que soportaba la sociedad, ante la dimensión que adquiría día a día la agresión terrorista.


Ante ese desasosiego y la radicalización que adquiría el enfrentamiento iniciado por los grupos terroristas, en los primeros días del mes de octubre de 1975, el Doctor Luder, provisionalmente a cargo de la Presidencia de la Nación (la señora de Perón se hallaba en Ascochinga, en uso de licencia por razones de salud) convocó a una reunión de gabinete para determinar qué hacer frente a la dimensión que había cobrado el accionar subversivo. A dicha reunión fuimos invitados los Comandantes Generales, quienes debíamos exponer nuestros puntos de vista sobre el particular.


Por ser un problema típicamente terrestre, correspondía al Ejército la responsabilidad primaria y, en esa condición, con el acuerdo de mis camaradas de las otras dos Fuerzas debí exponer. En extrema síntesis, dije entonces que, habiéndose agotado la instancia de represión a cargo de las Fuerzas Policiales y de Seguridad, sin lograr restablecer el orden alterado; y ante la inoperancia de la Justicia (por temor no había dictado ninguna condena desde el 25 de mayo de 1973 hasta la fecha, a pesar de la magnitud de los hechos producidos por los elementos terroristas); parecía llegado el momento de apelar, como último recurso, al empleo de las Fuerzas Armadas a fin de combatir al terrorismo subversivo.


Agregué que la decisión de emplear a las Fuerzas Armadas para cumplir con ese cometido implicaba, de hecho, reconocer un estado de guerra interna con sus consiguientes secuelas, ya que las Fuerzas Armadas no estaban preparadas para reprimir (no disponían de balines de goma, ni escudos, ni bastones, y, fundamentalmente, carecían de entrenamiento para cumplir esa función) ya que estaban organizadas, equipadas e instruidas para combatir; es decir para hacer la guerra, donde se muere o se mata.


En atención a ello, se propusieron cuatro cursos de acción, en grado creciente de libertad de acción. El primero, muy pautado, garantizaba que no se cometieran errores o excesos, pero hacía suponer una prolongación sine die del conflicto. Entendíamos por excesos, delitos comunes que pudiera cometer personal militar al amparo de la guerra a desarrollar. Vale recordar que al término del Proceso de Reorganización Nacional, se hallaban cumpliendo condena más de doscientos cincuenta uniformados, acusados por haber cometido delitos de esa naturaleza.


Los cursos de acción segundo y tercero, eran un gradiente mayor de libertad de acción. El curso de acción cuarto (que resultó seleccionado) preveía el despliegue de las Fuerzas Armadas, así como de las Policiales y las de Seguridad -estas dos bajo el control operacional de las primeras- en la totalidad del territorio nacional; y, a partir de ese despliegue disperso, nada fácil de controlar, actuar simultáneamente en la búsqueda del enemigo para combatirlo donde fuera hallado. Cabe destacar que el agresor actuaba en la clandestinidad, dentro de una organización celular difícil de penetrar, que imponía una paciente tarea de inteligencia para localizarlo.


Debo rendir homenaje al coraje cívico demostrado por el Doctor Luder en esa ocasión quien, sin hesitar, seleccionó este curso de acción que era el más riesgoso en cuanto a la posibilidad de que ocurrieran errores o excesos, pero que garantizaba la derrota del terrorismo en no más de un año y medio de lucha. Es más, ante un pedido de intervención por parte de uno de los ministros asistentes, el Doctor Luder manifestó tener decidida su resolución y con ello cerró el debate.


Esta firmeza del Doctor Luder no fue la misma cuando, al deponer como testigo en el juicio a las Juntas, se limitó a hacer una interpretación semántica del término aniquilar, sin reparar que los reglamentos vigentes a la fecha, definían con precisión, el alcance de dicho término. Más grave aún, olvidó, fuera de todo tecnicismo doctrinario, que la acción de aniquilar constituía la interpretación más acabada de lo que expresara el
General Perón, en la carta dirigida a la Guarnición Militar de Azul, luego del intento de copamiento del que fuera objeto. De dicha carta rescato la siguiente frase, referida a los terroristas atacantes: que el reducido número de psicópatas que va quedando sea exterminado uno a uno para el bien de la República.


Reflejo también de ese estado de ánimo, proclive a llevar adelante una guerra sin cuartel contra los grupos terroristas, son las palabras pronunciadas por el Diputado Stecco, durante el homenaje que la Cámara de Diputados rindió a José Rucci, con motivo del atentado que le costó su vida. Dijo entonces el Diputado Stecco: Por eso esta Cámara de Diputados, que dicta las leyes del país, debe dar amplios poderes a nuestras Fuerzas Armadas y de Seguridad, sin que con ello se quiebre la libertad, para perseguirlos hasta sus guaridas y matarlos como a ratas, porque no merecen vivir en este suelo.


Ningún partido político, ninguna fuerza sindical, ninguna organización no gubernamental, tampoco los medios de prensa, objetaron las duras palabras del Diputado Stecco.


De similar tenor fueron las palabras del Ministro de Defensa, Doctor Vottero, pronunciadas en el acto de cierre de los cursos de la Escuela de Defensa Nacional, en diciembre de 1975, oportunidad en la que expresó: ...ante la lucha total, sofisticada y compleja, despiadada, diabólica y criminal, promovida por la subversión armada, queda una sola alternativa: el exterminio total del enemigo...


Por su parte el ex-Presidente Frondizi, decía al respecto lo siguiente: La subversión fue organizada desde el exterior para tratar de conquistar el poder e imponer ideas marxistas, destruyendo los valores que conforman nuestra identidad nacional. Pero fue vencida por las Fuerzas Armadas y de Seguridad, cumpliendo las órdenes del gobierno constitucional que dispuso aniquilarla. Esta palabra `aniquilarla´, no la inventaron los militares; está en el decreto dictado por un gobierno constitucional.


Como complemento de los decretos firmados por el Doctor Luder, el Ministerio de Defensa impartió la Directiva N°1 y, a partir de ella, impartí la Directiva N° 404, Lucha Contra la Subversión, mediante la cual se puso en ejecución, por parte del Ejército, el planeamiento correspondiente a la Hipótesis de Conflicto Marco Interno.


A los fines de esa guerra, cada una de las Fuerzas Armadas tenía asignadas zonas territoriales, donde ejercían sus responsabilidades operacionales los respectivos Comandantes Generales.


Corolario


Bien podemos decir entonces, que la Nación Argentina hubo de afrontar -de hecho y de derecho- un conflicto bélico interno, irregular en su forma, de carácter revolucionario, con profunda raíz ideológica, alentado desde el exterior.


Así lo reconoció tiempo después la Cámara Federal (a la cual desconocí por no tener competencia para juzgarme, toda vez que no era mi juez natural, sino una comisión especial fulminada por el Art.18 de la Constitución Nacional) cuando dicho Tribunal, al dictar sentencia en la causa 13/84, llamada de los Comandantes, sin mencionar la figura de genocidio, así como tampoco la existencia de delitos de lesa humanidad, entre otros conceptos expresó:

- Que En consideración a los múltiples antecedentes acopiados en este proceso y a las características que asumió el terrorismo en la República Argentina, cabe concluir que, dentro de los criterios de clasificación expuestos, el fenómeno se correspondió con el concepto de `guerra revolucionaria´.

- Que algunos de los hechos de esa guerra habrían justificado la aplicación de la pena de muerte contemplada en el Código de Justicia Militar

- Que Como consecuencia de lo hasta aquí expresado, debemos admitir que en nuestro país hubo una guerra interna, iniciada por las organizaciones terroristas contra las instituciones de su propio Estado.




Mal puede hablarse entonces -como lo hizo el Presidente Alfonsín en el Decreto 158/83, mediante el cual ordenó el juicio a las Juntas- de la existencia de homicidios, privaciones ilegítimas de la libertad, secuestros o lugares clandestinos de detención, introduciendo figuras delictivas del Código Penal, dentro del juzgamiento de actividades de combate, ocurridas en el marco de una guerra interna.


Por el contrario, si aceptamos la existencia de una guerra, como lo expresara la Cámara Federal, debemos hablar de prisioneros capturados e internados en lugares de reunión, generalmente secretos por razones de seguridad; de heridos, mutilados, muertos o desaparecidos; saldo inevitable de cualquier conflicto bélico; máxime en éste por su peculiar naturaleza.


Menos aún podemos aceptar la figura de asociación ilícita, como forma de relación entre el que manda y el que obedece, que no puede ser otra más que la subordinación. Subordinación no es obediencia ciega al capricho del que manda. Subordinación es obediencia consciente a la voluntad del superior, en función de un objetivo que está por encima del que manda y del que obedece -en este caso la defensa de la Nación agredida- y en razón del cual el mando deja de ser arbitrario y la obediencia se ennoblece.


Algunos han calificado a esta guerra, como una guerra sucia. Yo me niego a aceptar ese calificativo, pues significaría reconocer la existencia de guerras limpias y sucias. Santo Tomás de Aquino reconoce la existencia de guerras justas o injustas; y agrega que las guerras defensivas -como la librada en nuestra Patria- en general son guerras justas.


La guerra es un fenómeno en sí misma, y hay que aceptarla como tal, sin aditamentos de ninguna especie. Acepto sí, que cada guerra tiene sus peculiaridades o características propias, que la hacen distinta de las otras, y esta guerra tuvo, por cierto, sus características distintivas.


Ante todo, no fue una guerra clásica. Fue, en cambio, una guerra irregular, y dentro de esa irregularidad yo, personalmente, opino que su signo distintivo fue la imprecisión.


Fue imprecisa en su comienzo, a tal punto que me pregunto: ¿quién, a ciencia cierta, puede decir cuándo comenzó esta guerra? más allá de los decretos que le dieron forma jurídica.


Pero, si fue imprecisa en su comienzo, no lo fue menos en su término. Y me vuelvo a preguntar sin tener respuesta ¿cuándo realmente terminó esta guerra? Si bien es cierto, las operaciones militares hicieron crisis entre los años 1975 y 1976, y comenzaron a declinar en 1977, hasta casi desaparecer a fines de ese año, yo no me atrevería a afirmar si fue entonces que esta guerra terminó. Es más, me pregunto si aún hoy podemos asegurar que, más allá de las operaciones militares, esta guerra, usando medios no violentos, haya realmente terminado.

Al respecto, me atrevo afirmar que en el escenario de la guerra revolucionaria, no existe el postconflicto, a pesar de que se levanten banderas de paz.


Por otra parte, a diferencia de la guerra convencional en la cual el enemigo entra en esa categoría de manera totalmente genérica y anónima, en la guerra irregular -como lo fue nuestra última guerra interna- el enemigo entraba en calidad de tal, luego de un delicado trabajo de inteligencia que permitía identificarlo con nombre y apellido para recién combatirlo, circunstancia ésta que le otorgaba al conflicto un matiz personalizado, y por ende, hacía más patético aún, al enfrentamiento que tuvo lugar entre hermanos argentinos.


Esta guerra materializaba la legítima defensa de la Nación agredida, frente al ilegítimo agresor quien, por medio del terror, pretendía cambiarle su tradicional sistema de vida; y la misma fue dispuesta por un gobierno constitucional en pleno ejercicio de sus atribuciones, único caso en la región, sin objeciones por parte de los cuerpos legislativos como de los judiciales, y contó con la adhesión mayoritaria de la ciudadanía.


De ahí que no se levantaran, entonces, voces contrarias a esa decisión; antes bien, el alivio fue la sensación imperante.


Resulta por ello falso, y cuanto menos ingenuo, pretender simplificar los hechos al extremo de afirmar que los mismos, fueron la resultante de un enfrentamiento armado entre grupos antagónicos (en este caso jóvenes idealistas, versus militares que los reprimían por pensar distinto); todo ello, frente a una sociedad pasiva y expectante.


Por el contrario, fue justamente la sociedad argentina la principal protagonista de aquel acontecimiento bélico: objeto, en primer término, de la agresión que pretendía sojuzgarla por el terror; y sujeto, luego, que ordenó a su brazo armado acudir en su legítima defensa.


Como en toda guerra y máxime en ésta que fue irregular en su forma, imprecisa en su desarrollo, librada contra un enemigo mimético que no exhibía uniforme ni bandera, se llegó a situaciones límite que ensombrecieron al país con actos rayanos en el horror; horrores que tal vez resulte difícil justificar, pero que merecen comprensión, en el marco de crueldad de un conflicto bélico interno como el descripto.


Así ganamos nuestra última guerra interna contra el terrorismo, a un alto costo de sangre difícil de amenguar, precio ineludible para seguir siendo una República como marca nuestra Constitución Nacional. La sociedad toda nos debe su veredicto.


En otro orden de ideas, el pronunciamiento militar del 24 de marzo de 1976, no quitó ni agregó nada a la guerra que se venía desarrollando, cuando funcionaba en el país un régimen constitucional; y que continuó, luego de esa fecha, sin cambiar sus objetivos, así como la modalidad de su ejecución, hasta su término apreciado a fines de 1977, principios de 1978.


Durante esos tremendos años de guerra, las Fuerzas Armadas mantuvieron la decisión de restaurar la plenitud del régimen constitucional, luego de que se afirmara el triunfo militar y se consolidara la paz. Por ello, sus integrantes tuvieron -y continúan teniendo- la convicción de haber prestado un inestimable servicio a la Nación agredida, derrotando a su enemigo, y facilitando con su acción, el restablecimiento del sistema republicano de vida que marca nuestra Constitución Nacional.


Por todo lo expuesto, reclamo para el pueblo argentino en general y para sus Fuerzas Armadas de Seguridad y Policiales en particular, el honor de la victoria en la guerra interna ya descripta.


Lamento sí, las secuelas que deja toda guerra y valoro el sufrimiento de quienes, con auténtico dolor, lloran por sus seres queridos mutilados o muertos; así como deploro a quienes especulan con el dolor ajeno, que ni siquiera tangencialmente los ha rozado, pero que no trepidan en transar pingües negocios, a la sombra de las banderas de los derechos humanos.


Reitero que asumo en plenitud mis responsabilidades castrenses, con total prescindencia de mis subordinados, que se limitaron a cumplir mis órdenes; órdenes ajustadas a la doctrina vigente, volcada en los reglamentos en vigor a la fecha y que fueron calificadas como inobjetables por el Consejo Supremo de las FF AA.

Habíamos ganado la guerra en el campo militar; lamentablemente, no supimos afirmar esa victoria en el campo político. Se cumplía así lo expresado en un manifiesto producido por el terrorismo subversivo en el año 1977 que expresaba: A los militares, no pudimos doblegarlos por el temor al combate; es momento de replegarse sobre las bases y esperar. (Para entonces, los cabecillas huían hacia el exilio y los militantes debían mimetizarse dentro de la sociedad). Continuaban diciendo: Cuando llegue el tiempo de la política, y sobrevenga en ellos el temor a practicarla porque no saben hacerla, será el momento de volver a la lucha para derrotarlos en ese campo.


No hay duda que los enemigos derrotados ayer, cumplieron con sus propósitos. Hoy gobiernan nuestro país y pretenden erigirse en paladines de la defensa de los derechos humanos que ellos -en su tiempo- no titubearon en conculcar en grado superlativo.


Escudados en la impunidad que hoy les brinda una justicia asimétrica y vaciada de derecho, no necesitan ya de la violencia para acceder al poder, porque están en el poder y, desde él, intentan la instauración de un régimen marxista a la manera de Gramsci, tomando como rehenes a las instituciones de la República y haciendo de ella, una simple expresión verbal, ajena a lo que prescribe nuestra Constitución Nacional.


Gramsci puede estar satisfecho de sus alumnos La Constitución Nacional guarda luto por la República desaparecida.

Señores Jueces:


Reitero que ustedes no son mis jueces naturales; no obstante, en mi carácter de preso político, deseo manifestar lo siguiente: Las garantías constitucionales de las que gozamos quienes somos juzgados en este contexto, constituyen una farsa que, para ser interpretada, requiere de condiciones histriónicas que no poseo. Además, todo el poder político ha sido encauzado para lograr nuestra condena, a cualquier costa y por cualquier medio. Por ello, me he abstenido de alegar en una defensa que no guarda sentido.


Por otra parte, con este enjuiciamiento, desconociendo las garantías del debido proceso -entre otras la cosa juzgada y la irretroactividad de la ley penal- se pretende que, a través de la sentencia que vayan a dictar, homologuen una decisión política adoptada con sentido de revancha, por quienes, después de ser militarmente derrotados, se encuentran hoy ocupando los más diversos cargos del Estado.


Esta irregular situación, que bien podríamos calificar como terrorismo judicial, y que pudo disimularse mediante las formalidades de un debate, no bastó para que, conceptualmente, el derecho quedara afuera de la administración de justicia, produciendo su vaciamiento.


Frente a esa realidad que no está en mis manos modificar, asumiré, bajo protesta, la injusta condena que se me pueda imponer, como contribución de mi parte al logro de la concordia nacional; y la he de ofrecer a modo de un acto de servicio más, que debo prestar a Dios Nuestro Señor y a la Patria.


Con ello pretendo cumplir con mi conciencia Cumplan ustedes con la suya.


EPILOGO


Desde los tiempos más remotos -y así lo dice la Biblia- las sociedades recurrieron a la figura del chivo expiatorio para lavar sus culpas colectivas y, de esa manera, acallar sus conciencias.


La sociedad argentina, que fue principal protagonista de uno de los momentos más cruciales de nuestra historia reciente, abrumada por una tremenda campaña de acción psicológica, no escapó a aquella regla. Y lo hizo, aunque resulte penoso reconocerlo, permitiendo que se malversara la verdad histórica, mediante la aceptación de una visión hemipléjica de la misma, acerca de acontecimientos que costaron la vida de muchos conciudadanos, civiles y militares, que cayeron por defender a la Patria, o en pos de ideales equivocados.


Con esa actitud, sólo se ha logrado sembrar la discordia y anidar el odio en muchos corazones hermanos, postergando con ello la tan ansiada unión nacional.


Pareciera, llegado el tiempo para que la sociedad toda, a través de su dirigencia, asuma su protagonismo perdido; y, dejando de lado la memoria asimétrica predicada desde los círculos oficiales; fuera de cualquier especulación sectorial o de escapismos hipócritas; promueva -mediante un diálogo superador- el exhaustivo e imparcial examen necesario sobre los terribles años de nuestra última contienda interna, de tal manera que nos permita dejar atrás, sin cargos de conciencia, un luctuoso y traumático pasado.


Entregaremos así, a quienes nos sucedan, un legado que les ayude a superar los desencuentros padecidos por nuestra generación. Sin olvido, pero también sin rencor: para no repetir los errores del pasado; con justicia, pero no con venganza: dando y quitando con equidad a quien debe dársele y quitársele; en busca sólo de la unión nacional, concebida -al decir de Ortega y Gasset- como un proyecto compartido de Nación; de manera tal que podamos mostrarnos ante el Mundo, como un País libre, pujante, abierto a la concordia, reconciliado y en paz.


Quiera Dios Nuestro Señor que así sea.-

domingo, 19 de diciembre de 2010

JOSÉ MARMOL, 1817/1871

José Mármol, nacido en Buenos Aires el 4 de diciembre de 1817, excedió, en reputación popular, a los poetas de su tiempo, y aún puede decirse que todavía la conserva, un ingenio romántico, muy desaliñado y muy inculto, lleno de pecados contra la pureza de la lengua, de expresiones impropias y de imágenes incoherentes; pero versificador sonoro, viril y robusto, superior á todos sus contemporáneos en la invectiva política, porque tenía el alma más apasionada que todos ellos, y dotado al mismo tiempo de grandes condiciones para la descripción que pudiéramos llamar lírica, para reflejar la impresión de la naturaleza, no en el detalle sino en grandes masas.
Arrastrado por las tendencias literarias de su época, fué romántico; pero su procedencia romántica fué esencialmente española, así como Echeverría lo había sido de origen francés. Pero por mucha que fuese la afinidad de Mármol con el romanticismo español, éste se vió reducido en su admiración y entusiasmo á un solo modelo, á Zorrilla, cuyos procedimientos de versificación trata de imitar, procurando también emular su vena opulenta y desbordada, lo que consiguió en parte, pues muchas veces deja traslucir en sus composiciones, la riqueza y colorido del modelo.


En general, en la poesía de Mármol domina un tinte de melancolía que ignata en el corazón del hombre, se refleja en la lira del poeta. Sus versos fluyen con naturalidad, aun en los momentos en que la pasión parece sofocar la inteligencia. Maneja con igual dominio todos los géneros y formas poéticas, pasando con gran facilidad de lo festivo á lo dramático, ó del tema filosófico al amoroso: abarca con su poderosa imaginación desde la novia, á la que canta con [ pág. ]los más delicados trinos del ruiseñor, hasta el tirano, al que hace oír sus rugidos de león pronto para desgarrarlo, sin resentirse su robusta inspiración, ni en los extremos, ni en los medios de esta vasta escala en la que es digno de seguirlo por la propiedad con que adapta el carácter al género y la voz al tema.


Perseguido y envuelto en las desgracias de su patria, vive en el destierro, ya cantando tristemente las desdichas de su suelo, ya enviando aceradas flechas contra sus opresores. Es el Byron americano, llorando á su Buenos Aires entre los lúgubres tintes del ostracismo.


Sus poesías, como él lo ha dicho, pertenecen al reino de la musa de la libertad, que triste, pensarosa y melancólica como la suerte de la patria, al son de cuyas cadenas se inspiraba; proscripto y desgraciado como ella, ha puesto también sobre las sienes de la patria, la corona de su época, salpicada de lágrimas y manchada de sangre; pertenecen á esos suspiros del corazón enviados desde el extrangero hasta las playas argentinas en el ala del céfiro, ó en el rayo tierno y melancólico de la luna; á esas armonías del sentimiento con que la poesía llora las desgracias de la patria, y vive esperanzada en su porvenir, durante la larga noche de la esclavitud.


En sus versos políticos, en sus inspiraciones contra Rosas, hay un arranque, un brío, un odio tan sincero, una tan extraña ferocidad de pensamiento, que, si á veces choca por lo monstruoso, otras veces se agiganta hasta llegar á lo sublime de la invectiva. ¿En qué escritos se han reunido más hipérboles desaforadas de venganza y exterminio, más estrépito de tumulto y de batalla, más inflamada sarta de denuestos y maldiciones, capaces de embriagar el espíritu del lector más sereno y pacífico, haciéndole momentáneamente, participar de la exaltación del poeta, que en los siguientes versos?


A Rosas — 25 de Mayo de 1843.
....................
Prestadme, tempestades, vuestro rugir violento
Cuando revienta el trueno bramando el aquilón
Cascadas y torrentes, prestadme vuestro acento
Para arrojarle eterna, tremenda maldición....


Sí, Rosas, te maldigo! Jamás dentro mis venas
La hiel de la venganza mis horas agitó:
Como hombre te perdono mi cárcel y cadenas;
Pero como argentino las de mi patria, no.


[ pág. ]


A Rosas — 25 de Mayo de 1850.


Rosas! Rosas! un genio sin segundo
Formó á su antojo tu destino extraño,
Después de Satanás, nadie en el mundo,
Cual tú, hizo menos bién ni tanto daño.


Abortado de un crímen, has querido
Que se hermanen tus obras con tu orígen
Y, jamás del delito arrepentido,
Sólo las horas de quietud te afligen.
........................................
Tu reino es el imperio de la muerte.
Tu grandeza el terror por tus delitos;
Y tu ambición, tu libertad, tu suerte.
Abrir sepulcros y formar proscritos.


Gaucho salvaje de la pampa ruda.
Eso no es gloria, ni valor, ni vida,
Eso sólo es matar porque desnuda
Te dieron una espada fratricida.


Es difícil que se hayan escrito versos más violentos contra persona alguna, como no sean los famosos yambos de Arquiloco é Hiponacte, cuya lectura hacía ahorcarse a las gentes aludidas. Salvo la diferencia entre el puñal y la pluma, hay casos en que el poeta se coloca á la altura del tirano á quien combate y así como Rosas tiene en la historia su salvaje y siniestra grandeza, tienen también los versos de Mármol cierta poesía bárbara y desgreñada que los hace inolvidables.

Pero Mármol tiene en su lira otra cuerda más suave y candenciosa, sin la cual su estro hubiera degenerado fácilmente en convulsión epiléptica.


Bullen entre sus Armonías, composiciones de verdadera inspiración, como la titulada Cristóbal Colón.
...................................


Si no te han dado monumento humano.
Si no hay Colombia en tu brillante historia
¿Qué importa? ¡eh! tu nombre es el océano,
Y el Andes la columna de tu gloria.


Qué navegante tocará las olas
Donde se pierde la polar estrella,
Sin divisar en las llanuras solas
Tu navío, tus ojos y tu huella?
[ pág. ]

...................................


Vuelve después á tu mansión de gloria
A respirar la eternidad de tu alma,
Mientras queda en el mundo á tu memoria
Sobre el Andes eterno, eterna palma!


En esta composición ha unido Mármol á la idea brillante, la soberbia estructura de la forma.


En las composiciones sobre temas más ligeros encanta la sencillez y naturalidad de sus versos. Están impregnadas de este espíritu voluptuoso y ligero entre otras, el Canto del Poeta, Amor, Sueños, Adiós, Ayer y hoy, Adiós á Montevideo y A Teresa.

Hay en las Armonías de Mármol otras poesías de carácter más filosófico, como cuando libre de preocupaciones y elementos extraños, compone su Recogimiento, en que se ve al hombre cansado y afligido, sintiendo


................que le abruma la existencia
Le pesa el corazón, le duele el alma,
Y quiere, sólo, en magestuosa calma
Salir del mundo para hablar con Dios.


Su Desencanto nos presenta el espíritu del poeta triste en el destierro, y cansado por la esterilidad de sus esfuerzos, despertando á la realidad de la vida, porque


El canto del poeta es la armonía
Que del cisne la fábula revela:
Que comienza su canto en la agonía.
Y del dolor, cantando, se consuela.

Mezcla de sombra y luz, sueña la gloria,
Sueña mundos de dichas y de amores,
Y luego al despertar toca la escoria
De este prosaico mundo de dolores.


Mármol sentía grandiosamente la naturaleza y gustaba de abismarse en la contemplación melancólica que infunde las noches tropicales. Por eso, sin duda alguna, sus Cantos del Peregrino, son lo mejor de su obra poética: el pensamiento es allí más elevado y más sereno, y hasta la forma se depura algo de los muchos defectos que afean sus otras composiciones.


Los cantos de este poema son cuadros descriptivos de la espléndida naturaleza de estas regiones, calificados en su conjunto por Gutiérrez, como «un himno en loor de la magnificencia del mediodía americano,» en el que además [ pág. ]del suave lirismo con que conmueve y arrebata el espíritu, pinta con gallardía las escenas de estos países, y expresa con brillo y soltura de imágenes lo que siente su corazón, imprimiendo á todos sus versos un sello original y característico.


Torres Caicedo dice que estos Cantos llevan el sello de la América latina y los califica de ramillete de fragantes y magníficas flores.


Carlos (nombre del peregrino) es el Harold [1] de la patria y de la naturaleza, según Gutiérrez.


Pero mientras el héroe del poeta inglés, arrastra su melancolía entre sepulcros y recuerdos, el Peregrino solo baja la vista al suelo para admirar las flores ó mira las montañas para cantar su magestad, ó al zenit para entonar un himno á la luz en su hora de su mayor esplendor.


Después de ensalzar lo que ve, canta lo que siente y en esta sublime combinación está el secreto del lirismo de esas estrofas que seducen y arrebatan y que nacen de esos dos mundos de misterio, de esas dos fuentes de inagotable inspiración, el corazón y la naturaleza.

Por esto el Peregrino es el fiel reflejo de los más íntimos sentimientos del poeta, del desterrado, del patriota y del amante que medita sobre sí mismo ó se engolfa en la grandiosidad de la naturaleza americana.


Entre los «Cantos del Peregrino» se distinguen los dedicados A las nubes, A los trópicos y A América.


De este último son los siguientes versos:


América es la vírgen que sobre el mundo canta,
Profetizando al mundo su hermosa libertad.
.............................................


Quedad mundo europeo; ennoblecido padre
De tiempos que á perderse con el presente van;
Quedad, mientras la mano do América, mi madre,
Recoge vuestros hijos y les ofrece el pan.


Entre los recuerdos del peregrino se presenta á menudo el de la mujer amada, á la que llama María, y cuya sincera pasión


No era ese amor frenético y ardiente
Que arrebata la calma,
Más que del corazón, de los sentidos;
Era esa tierna abnegación del alma
Que ni siente placer ni dolor siente
Sino en el alma del objeto amado...


[ pág. ]Mármol hizo representar en Montevideo dos dramas, pero su éxito fué muy dudoso. El Poeta, en cinco actos, es muy prosaico por su estilo, y muy mediocre por lo excesivamente romántico de su argumento.


El Cruzado, aunque desprende luz y perfume de la vida de Oriente, como dice Cortez, es muy cansado por lo largo de sus diálogos y la falta de movimiento en sus escenas, no obstante ser más regular que el anterior.


Pero ni uno ni otro parecen ser dictados por aquella misma musa que tan inspirada se había manifestado en las composiciones líricas.


Mármol también fué novelista. Su Amalia es una de las obras más populares de la literatura argentina, porque siempre es leída con el vivo interés que nace de su carácter histórico.


Es una narración anecdótica de la tiranía de Rosas: la mayor parte de los personajes que intervienen en el sangriento drama que allí se desenvuelve son reales, y aun son de rigurosa exactitud muchos de los actos y palabras que se les atribuyen. Cuanto allí pasa es de tal manera sorprendente y maravilloso, que, á no tratarse de tiempos tan cercanos, y en que la invención es imposible, parecería aborto de una imaginación extraviada y delirante por el terror de la persecución y del martirio.


La novela está escrita en un estilo demasiado descuidado; adolece de galicismos y solecismos, y por otra parte la prosa de Mármol carece del nervio é inspiración de sus versos.

Su paso por los parlamentos argentinos marca la época más importante y sólida de su agitada vida, que dejó grabada con caracteres indelebles en los anales de la política del Plata. Fué un paladín constante de la libertad en los congresos de su patria, donde ocupó sucesivamente los sillones de diputado y senador, desde los cuales llamó la atención por sus notables cualidades de orador. Desempeñó también el cargo de director de la biblioteca nacional de Buenos Aires.


Mármol perteneció á esa generación de poetas y mártires que sucedió á la guerra de la Independencia. Formó en la fila de los que salvaron del naufragio la libertad y las letras argentinas, de esos proscritos que combatieron con la espada y con la pluma contra la tiranía. Entre las personalidades de esa generación, descuella la suya, rodeada de la triple aureola de patriota, de literato y de poeta.


Trovador de la libertad y del amor, ha llevado á todas partes su lira y su esperanza, y en todas ha cantado á las [ pág. ]divinidades tutelares del hombre: viajero y peregrino, el mar, la pampa y las montañas prestaron á sus cantos sus grandiosos acentos, sus perfumes virginales y el espléndido colorido de la naturaleza americana.


Lástima grande que en lugar de esforzarse por presentar peregrinaciones y sueños descabellados, que no tenían más que una realidad poética muy discutida; lástima que en vez de trabajar por infundir existencia permanente á un orden de ideas y de sentimientos, llamados á desaparecer, no hubiera Mármol empleado sus facultades en edificar un monumento de sólidos cimientos, con los materiales que á su alcance tenía, únicos indudablemente, que en el terreno firme de su inteligencia pudieran haberle servido para levantar templos, donde el alma de la patria depositase los tesoros de su amor.


Murió el 12 de Agosto de 1871; sus últimas palabras sintetizan la actividad incansable de su espíritu, tan duramente puesto á prueba por las muchas dificultades con que tuvo que luchar, dificultades que no consiguieron doblar su carácter extraordinario, pues la vemos aún en los extertores de la agonía pedir ¡Vida!.... para trabajar, ¡Vida!.... para luchar, ¡Vida!.... para amar y defender á su patria.