domingo, 29 de agosto de 2010

EL SUMIDERO DE DIOS

EL SUMIDERO DE DIOS


Por Guillermo Martínez (*)

Volví a acordarme de esta pequeña historia cuando escuché hace poco a Stephen Hawking afirmar en un reportaje que la física llegará muy pronto, quizá en la primera década del milenio, a la teoría unificada de las leyes del universo, con la explicación definitiva, en términos matemáticos, del momento cero de la creación.


Volví a acordarme, en el momento en que el periodista le hacía la inevitable pregunta sobre el lugar que quedará para Dios, del curso de Cosmología que daba el profesor Katz, en la Facultad de Ciencias Exactas y del terror que infundía a sus alumnos. Katz había estudiado en Oxford con Roger Penrose, el director de tesis de Hawking, y en su breve regreso a la Argentina dictaba Cosmología como la materia final de la licenciatura en Física.


Pronto se había hecho famoso por la rapidez con que llenaba pizarrones, por la fuerza con que partía las tizas mientras escribía y por la dificultad sobrehumana de los ejercicios que dejaba para resolver en las prácticas. Había pedido que su ayudante de cátedra fuera un matemático graduado y Pablo Marín, que era en esa época amigo mío, había accedido al traspaso. Pablo se divertía contándome en el bar de Ciudad Universitaria los sarcasmos de Katz y la desesperación de los alumnos frente a las fórmulas. Me contaba, sobre todo, de una chica algo mayor que los demás, que ya había desaprobado dos veces la materia y que lo seguía como una sombra a todas las consultas para preguntarle, con una fijeza obsesionada, uno por uno cada ejercicio.


El cuatrimestre pasó y llegaron las fechas de los finales. Pablo había fijado una última consulta una hora antes de la primera fecha de examen, aunque estaba casi seguro de que nadie se presentaría. Ese día, mientras almorzaba conmigo en el bar, le avisaron desde la secretaría que tenía una llamada de teléfono. Bajó demudado: la que había sido su novia histórica, de paso por Buenos Aires, quería volver a verlo. Me pidió que fuera en quince minutos hasta el aula del examen, para avisar en caso de que hubiera alguien que él no daría la clase y salió a grandes trancos hacia la parada de los colectivos.


Pedí otro café, dejé pasar el cuarto de hora y fui hasta el aula. Sólo había una chica junto a la tarima, que se balanceaba nerviosamente de pie, abrazando una carpeta negra: nunca la había visto antes, pero era sin duda la alumna de la que me había hablado Pablo. Cuando me acerqué vi que el brazo que cruzaba la carpeta estaba crispado, con el puño fuertemente cerrado, como si ocultara algo, y que el mentón le temblaba involuntariamente. Parecía a punto de castañetear. Tuve que decirle que Pablo no le daría la consulta.


Se quedó por un momento abrumada, incapaz de hablar y me miró después implorante, como a una última tabla de salvación. Pero tal vez vos podrías ayudarme -me dijo-: sos también matemático, ¿no es cierto?, y abrió atropelladamente la carpeta, antes de que pudiera decirle nada. La práctica era justamente sobre la singularidad inicial en el origen del tiempo y tenía un título curioso: El sumidero de Dios; posiblemente otro sarcasmo de Katz.


Debajo vi las ecuaciones más impenetrables sobre las que me tocó fijar la vista en toda mi carrera. La primera ocupaba tres renglones, y reconocí apenas dos o tres símbolos. Me di cuenta de que en una hora ni siquiera lograría entender la notación. Volví a alzar la vista y ella advirtió antes de que le dijera nada que su última esperanza se había desvanecido. Vi que temblaba y que su puño, que había quedado colgando a un costado, se apretaba convulsivamente.

Me quedé por un instante petrificado: desde ese puño, por la juntura de los dedos, se formaba un hilo de sangre, que empezaba a gotear silenciosamente al piso sin que la chica pareciera advertirlo. Extendí la mano para aferrarle la muñeca y antes de que pudiera retirarla le abrí con mi otra mano los dedos. Lo que aquella estudiante de Física escondía, lo que había apretado hasta incrustarse en la palma, eran las puntas de metal de un crucifijo.



(*) Guillermo Martínez nació en Bahía Blanca el 29 de julio de 1962.
En 1984 se radicó en Buenos Aires. Es doctor en Ciencias Matemáticas, en la especialidad de Lógica.
En 1988 su segundo libro de cuentos, Infierno Grande, obtuvo el 1er. premio del Fondo de las Artes y fue publicado en 1989 por Editorial Legasa. Algunos de estos cuentos integraron posteriormente numerosas antologías, tanto en la Argentina, como en el extranjero.
En 1993 apareció su primera novela, Acerca de Roederer, (Planeta). En ese mismo año participó en el 1er. Foro Hispanoamericano de Escritores Jóvenes en Málaga y viajó a Oxford, donde residió dos años, con una beca externa del CONICET, para realizar un postdoctorado en matemática.
Acerca de Roederer fue publicada en España por Plaza&Janés, y también apareció en los EEUU, (St. Martin´s Press), en Noruega, y en Serbia.
En 1998 publicó su segunda novela, La mujer del maestro. Empezó a colaborar regularmente con artículos, cuentos y reseñas en La Nación, Clarín y Página 12. En 1999 residió durante dos meses en el Banff Centre for the Arts en Canadá, con una beca de la Fundación Antorchas. En los años 2000 y 2001 recibió becas para residencias en la colonia de artistas MacDowell, en los EEUU. En 2002 participó del programa internacional de escritores de la Universidad de Iowa.
En noviembre de 2003 publicó el libro de ensayos Borges y la matemática (Eudeba) y obtuvo el premio Planeta por su novela Crímenes imperceptibles. En la actualidad prepara un libro de ensayos: La fórmula de la inmortalidad.

Los Graiver y los Montoneros

Los Graiver y los Montoneros





Por Alexis Di Capo para el Informador Público



Hay tres libros claves sobre las vinculaciones entre la familia Graiver y los Montoneros. Éstos: son El Poder en las Sombras de Ramón Camps; Montoneros, Soldados de Menem, de Viviana Gorbato y Montoneros, final de cuentas, de Juan Gasparini. Del análisis de los tres textos surge claramente cómo funcionó la relación entre los herederos de David Graiver y la organización terrorista y que el Dr. Paz era Juan Gasparini.


El poder en las sombras” de Ramón Camps


“En septiembre de 1976 volví a la Argentina. Al mes siguiente-relata Lidia Papaleo- se presentó en las oficinas de la calle Suipacha una persona que se hacía llamar “doctor Paz” y supongo que las empleadas ya lo conocían porque entró sin dificultades. La descripción del “doctor Paz” coincide a grandes rasgos con la de Isidoro Graiver, pero la de Lidia es más detallada: se fijó en el peinado (“con raya al costado, a la gomina”), en el color de ojos (“ojos claros”), en la calidad de la ropa (“un buen traje”). Actuaba a cara descubierta, sin maquillaje ni pelucas.


Apenas hubo entrado, el hombre la tomó del brazo y la arrastró hasta la pared de vidrio, a más de setenta metros de la calle, en el piso 29º. Allí le mostró un paquetito arrugado que contenía una cápsula. Me dijo que todos los de la familia debían reunirse con él. Si no, me iba a hacer tragar la cápsula de cianuro y la organización se encargaría de los otros miembros de la familia. Lo único que alcancé a balbucear fue “no tenemos dinero. “Paz” se fue sin contestar”.


Llegaron después las llamadas telefónicas con voces que la citaban junto con Isidoro en distintos puntos de la ciudad. El final del mensaje era siempre el mismo, como si los que llamaban hubiesen sustituido definitivamente de su lenguaje la palabra “adiós” por un seco “los matamos a todos”. (Pág. 71 y 72)


“Al “Dr. Peñaloza” me lo describió así: De 1,80 de alto, cuerpo macizo, cuello muy grueso, cara cuadrada, rasgos duros, cabellos rojizos cortos peinados con raya a la izquierda. Lo más notable eran sus ojos saltones, de los cuales partía una mirada muy dura, muy fea. Esto ocurría solo las pocas veces que miraba de frente, porque la mayor parte del tiempo desviaba la vista. La piel era blanca, sonrosada en las mejillas”. (Lidia Gesualdi, empleada de Graiver a Camps) (Pág. 93)


“MONTONEROS Soldados de Menem” de Viviana Gorbato


“Raúl Magario, un hombre bronceado, canoso, robusto y tremendamente seductor. De hablar pausado y campechano, tiene un look Pymes, pequeño o mediano empresario nacional, de los de antes. Lo más insólito no es sólo lo que dice, sino dónde lo dice. Estamos en el cuarto piso de Leandro Alem 168, exactamente en dependencias del Ministerio del Interior. Es febrero de 1999... (Pág. 137 Del oro de los Born.)


“-Lo de Peñaloza es una cosa anecdótica. Un día le pregunto a Graiver cómo me anunciaba con su secretaria. Y me dice “decíle que sos el Dr. Peñaloza”. (Pág. 156)


“-¿Vos no eras de la conducción nacional? -La conducción nacional eran ocho tipos. Nosotros éramos una suerte de gabinete paralelo, nosotros éramos los ejecutores de la política.” (Pág. 157)

“-Cuando te pasan a la columna norte, vos perdés todo contacto con Graiver y entra a tallar el doctor Paz...” (Pág. 158)


“MONTONEROS Final de Cuentas” de Juan Gasparini


“En mi caso se empeñaron en que entregara (La Marina) a Roberto Cirilo Perdía, Adriana Lesgart, Ana María Pirles y Horacio Domingo Maggio; y en saber si había sido el “Dr. Paz”, o el “Dr. Peñalosa”, volantes emisarios montoneros que según el Gral. Camps habían invertido no sé cuántos millones de dólares del “grupo Graiver”. Como Perdía, Lesgart, Pirles y Maggio no fueron importunados por mis declaraciones, y como NO ACCEDÍA A REFRENDARLES SI ERA “PAZ” ó “PEÑALOZA”, se enfurecían cada día más. (Pág. 106)


Quién es quién


De estos tres libros surge por confesiones propias que:


- Raúl Magario era el Dr. Peñaloza


- Juan Gasparini era el Dr. Paz


- Que bajo la conducción de ocho miembros de Montoneros ocupaban un gabinete paralelo


- Que eran los ejecutores de las órdenes de Firmenich, Quieto, Perdía, etc.


- Que el Gral. Camps, Jefe de Policía, teniendo detenidos a los Graiver no arrancó confesiones con torturas


- Por lo tanto, no llegó a conocer las filiaciones de Peñaloza y Paz


- Que la confesión de la Sra. De Graiver Lidia Papaleo es decisiva sobre las amenazas de Paz a su vida y a la de su familia.


-Que ahora se ha descubierto que él era el Dr. Paz, por la confesión de Magario de que él era el Dr. Peñaloza.


Juan Gasparini


-Ha sido nexo de Montoneros con Graiver.


-Amenazó de muerte a toda la familia.


-Portaba cápsula de cianuro.


-Es corresponsal periodístico en Suiza desde donde ataca permanentemente a las Fuerzas Armadas.


-Ha escrito 3 o más libros sobre estos temas.


-Es uno de los principales denunciantes ante el Juez español Garzón.


-Que en sus denuncias ha ocultado su pasado de ejecutivo del mando montonero.


-Que conoce los movimientos de fondos de los secuestros, sus colocaciones y sus destinos.


-Que es el acusador del Capitán Ricardo Cavallo detenido en México.


-Que entregó a su mujer y a otra terrorista, salvándose sus hijos como declaró en Clarín del 26/8/00 porque murieron en el procedimiento, mientras se jacta que a los otros jefes no los “importunaron”.


Hay una carta de Gasparini a un periodista mexicano en donde expresa que él es el único acusador del Capitán Cavallo ante el juez Garzón. La carta está enviada por él mismo por Internet y hay copia en Yahoo Groups.


A fines de 2006, SÍNTESIS DE PRENSA trajo la información de que la mujer de Gasparini y su amiga murieron en un tiroteo con la Armada porque el lugar lo había entregado el propio tesorero de montoneros Juan Gasparini y que los dos chicos rescatados de la bañadera de la casa tapados con mantas y colchones fueron entregados a los abuelos.


Hoy esos jóvenes se hallan con su padre en Suiza




Juan Gasparini libera el libro “David Graiver, el banquero de los montoneros” (y de Papel Prensa)


Publicado el 1 Abril 2010 por Pedro Ylarri


El periodista Juan Gasparini (Gasparín según su DNI) liberó hoy el PDF de su libro “David Graiver, el banquero de los montoneros”, escrito en 1990 y republicado por Norma hace algunos años, hoy agotado. Además de lo interesante de la iniciativa de Gasparini, quien vive hoy en Ginebra, el nombre del desaparecido Graiver vuelve a ser recordado en el marco del conflicto por Papel Prensa, la máxima productora de papel para diarios del país y que en la dictadura le pertenecía en su mayoría al empresario allegado a los montoneros. Los militares le sacaron la empresa a Graiver y luego la transfirieron en parte a Clarín y La Nación; aunque el Estado se quedó una parte, la misma que el Gobierno hoy ejerce con fuerza (lo que también aparece en la tapa de los diarios). La foto que ilustra este post en una muestra más de cómo los medios de la época (en este caso Somos, de Atlántida) operó en favor de la dictadura para expropiar la empresa. El libro en PDF y otros documentos están en


http://www.juangasparini.com/montoneros.html


David Graiver, el banquero de los Montoneros


El libro de Juan Gasparini consta de cuatro partes, o grandes capítulos. Recoge la integralidad de una primera edición, aparecida en 1990, titulada El crimen de Graiver, y agrega un Prólogo y un Epílogo, que actualizan los hechos hasta hoy, y dispone de un Anexo más completo de fotos y documentos.


http://mediamanagementblog.files.wordpress.com/2010/04/david-graiver-revista-somos.jpg?w=442&h=575




Muerte premeditada


La historia arranca contando el último día de vida de David Graiver, el 6 de agosto de 1976.


El personaje es un banquero argentino de origen judío. Tenía 35 años. Poseía dos bancos en Argentina (Comercial de La Plata y Hurlingham), dos bancos en Nueva York, el ABT y el CNB (American Bank and Trust y Century National Bank), la BAS en Bruselas (Banque pour l'Amérique du Sud), un banco en Tel Aviv (Swiss-Israel Bank) y decenas de compañías desparramadas por el mundo.


La narración se explaya en detalles sobre la constitución del capital de las 6 instituciones financieras y los demás bienes.


Las escenas se desarrollan en Nueva York. A través de conversaciones telefónicas con sus subordinados, entre su departamento de la Quinta Avenida y sus oficinas en el Olimpic Towers, se va mostrando como el joven banquero administra un imperio financiero, construido en solitario al cabo de 9 años. Sobre la base de la fortuna familiar, acopiada por su padre, Juan Graiver, un emigrante polaco de origen judío que se afincó en la Argentina en los años 30 del siglo pasado, el hijo mayor, Dudi irguió una multinacional que logró manejar alrededor de 200 millones de dólares, desplazando a su hermano menor, Isidoro.


En un almuerzo que David tiene en un restaurante de Nueva York con José Ber Gelbard, último ministro de economía del general Juan Perón, se trazan los perfiles personales, familiares y políticos de los dos hombres. Gelbard y Graiver dominaron la economía argentina de 1973 a 1976. Uno podía pasar por el padre del otro. Ambos eran judíos y contaron con apoyos del Mossad, el servicio secreto israelí, que los ayudó a abrirse paso en los negocios. Aquí se pinta la imagen política de la Argentina de ese periodo.


En el correr de las páginas va apareciendo la filosofía de vida y los criterios morales que guiaran a David Graiver en el ámbito de la política y la economía.


Graiver formó parte del trípode de la banca judía en América Latina. Los otros dos exponentes fueron José Klein, en Chile, y Edmond Safra, en Brasil, hombres maduros, emigrantes también, los dos con bancos en Nueva York y Ginebra. Una reseña sobre los mismos abrevia la saga de muchos judíos llegados a América Latina que cimentaron fortuna empezando de la nada.


La CIA decide eliminar a Graiver al saber que su expansión bancaria en los Estados Unidos es posible gracias a una inversión de 17 millones de dólares de los Montoneros, exponentes de la guerrilla peronista, una de las más espectaculares de América Latina de los años 70. El atentado se montó aprovechando sus vuelos en jet privados de todos los fines de semana a México, donde residía oficialmente la familia de Graiver por razones impositivas y de visa provisoria como banquero que se estaba instalando en Nueva York. En la madrugada del 7 de agosto de 1976, cerca de Acapulco, Dudi Graiver pereció en un accidente aéreo. Se relatan los detalles del viaje y se formula una hipótesis sobre las razones que provocaron el estallido del avión.


Mellizas I


Volviendo atrás en el tiempo se describen a continuación las relaciones de Graiver con Perón y sus lazos con los Montoneros. Se detalla la ideología y la técnica de Dudi para reproducir dinero en el circuito financiero internacional, y vaciar bancos en Nueva York y Bruselas.


Se muestra, además, en tres evocaciones sucesivas, la planificación del secuestro, su realización y el cobro del rescate por el rapto de los hermanos Jorge y Juan Born en Buenos Aires, líderes de la primera multinacional argentina, la tercera cerealera del mundo. Al operativo, realizado durante 1974 y 1975, sus autores lo bautizaron Mellizas.


Una remesa del rescate de 64 millones de dólares se embolsa en Ginebra. Fueron 14 millones de dólares que la guerrilla peronista cediera en inversión a Graiver. Surgieron inconvenientes en el traspaso del dinero de los Born a los Montoneros, y de estos a Graiver. Todo ocurrió hacia junio de 1975 en Ginebra. Para resolver la situación, Graiver pidió auxilio al Mossad, que sin saber de dónde provenía el dinero, consiguió destrabarlo de los bancos suizos.


El colosal botín ubicó al rapto de los Born en el primer escalón mundial de los secuestros contra pago de rescate que se conocieran.


En el marco de estos acontecimientos, el libro entra en materia sobre la práctica de la lucha armada urbana en Argentina, y se ensaya una aproximación política e ideológica sobre ella. También respecto a los vínculos de los Montoneros con Perón y el empresariado argentino.


El imperio de papel


Retomando la cronología del grupo Graiver luego que la CIA liquidara a David en la catástrofe aérea, la narración se interna en el derrumbe de los bancos y sociedades.

Graiver había organizado su imperio en base una conducción unipersonal. Su muerte provocó el desplome de los bancos. El ABT y CNB en Nueva York se desfondaron en septiembre de 1976, constituyendo entonces la cuarta quiebra bancaria en la historia de los Estados Unidos. La BAS en Bruselas también se desmoronó ese mismo mes. Fue la primera estafa bancaria de la posguerra en Bélgica. Los bancos argentinos y el de Israel se vendieron para cubrir deudas. La multinacional valuada en 200 millones de dólares se despeñó. Quedó al desnudo el desvío de fondos perpetrado por Graiver en el mercado financiero internacional para nutrir de capitales a sus empresas en Argentina, especialmente Papel Prensa, un proyecto cuyo objetivo fuera monopolizar la fabricación de papel en el país.


Con ese telón de fondo se vivió una feroz lucha por el poder en la cúpula del grupo Graiver, entre los herederos de su familia -sus padres, hermano y la viuda- y los ejecutivos susceptibles de reemplazarlo en la conducción empresaria.


Dos enfrentamientos simultáneos alimentan el reportaje. Uno es el que opuso a dos lugartenientes de David, los argentinos Jorge Rubinstein y Alberto Naón, que tenían enfoques opuestos como gestionar el derrumbe. La otra puja desgarró a la familia. Lidia Papaleo, la viuda de David, que no es judía, terminó por hacerse con el control del grupo, alejando al hermano y al padre de su difunto esposo, y apartando a Rubinstein y Naón.


Paralelamente, la eliminación de Graiver ocasionó una crisis en el trípode de la banca judía en América Latina (Graiver-Klein-Safra). En su caída Graiver arrastró a Klein, quien se suicidó en Ginebra en 1977. Safra salió temporariamente indemne hasta que el 3 de diciembre de 1999, sucumbiera en un incendio criminal en Mónaco. Fue uno de los banqueros más encumbrados del mundo, dueño de Republic National Bank de Nueva York. La DEA, el órgano antinarcóticos de Estados Unidos, supo tenerlo bajo sospecha de lavar dinero procedente del narcotráfico, habiendo sido también citado en el escándalo del Irangate.


La familia Graiver retornó rápidamente de México a la Argentina. Los militares habían dado un golpe de Estado el 24 de marzo de 1976. Al derribarse el imperio Graiver, las Fuerzas Armadas se abalanzan sobre los bienes, expropiándolos bajo pretexto que allí estaban los fondos de los “subversivos” montoneros. La viuda trató de negociar con el presidente y dictador Videla, pero la suerte le fue adversa. Los Graiver y su entorno fueron detenidos. La represión los tuvo ocultos unas semanas y luego el Ejército resolvió someterlos a la justicia militar.


La crónica analiza los entretelones que estos episodios motivaron en el seno del régimen militar.




Mellizas II


El título se refiere a los pormenores del secuestro de los Graiver y allegados, su posterior juicio por parte de un tribunal de las Fuerzas Armadas, y la consecuente sentencia.


Sin embargo, la vuelta a la democracia en 1983 permitió a los herederos de Graiver apelar las sentencias y reclamar los bienes que les fueron usurpados por los militares. No existían pruebas materiales de la inversión de la guerrilla montonera en el grupo Graiver.


El gobierno presidido por Raúl Alfonsín los puso en libertad y los indemnizó con 84 millones de dólares, devolviéndoles propiedades diversas. Los Graiver mantuvieron sus declaraciones formuladas con anterioridad ante los jueces militares, en el sentido que la inversión de los Montoneros era un asunto particular del extinto David Graiver, y que ellos eran extranjeros al hecho por el cual no podía pedírseles rendiciones de cuentas.


Los herederos de David se comprometieron ante la justicia democrática a reinvertir en la Argentina el dinero que cobraran de la indemnización, pero no lo hicieron.


El padre y el hermano de David se domiciliaron en Madrid. Invirtieron una fracción de la fortuna en España y depositaron el resto en cuentas suizas de Ginebra. Juan Graiver murió en 1989.


Lidia Papaleo, la viuda de David, permaneció en Buenos Aires. Volvió a formar pareja. Su nuevo marido concluyó un pacto con un emisario de los Montoneros. Juan e Isidoro Graiver habían viajado a Ginebra, donde los Montoneros tenían su retaguardia financiera. Un subordinado de Mario Firmenich, jefe de los Montoneros y preso en Buenos Aires desde 1984 -condenado a 30 años de cárcel en 1987 por la autoría mediata del secuestro de los hermanos Born- visitó un banco en Ginebra para retirar una gran cantidad de dólares. El dato induce a pensar que la inversión de 17 millones de dólares de la guerrilla peronista fue restituida a los sobrevivientes de la jefatura montonera. Mario Firmenich se benefició de un indulto dictado por el presidente Carlos Menem en 1990 y Jorge Born colaboró con el gobierno peronista de la restauración democrática. La justicia auspició un arreglo entre los Graiver y los Born, para que estos últimos recibieran una parte proporcional de la indemnización pagada por el Estado.

sábado, 28 de agosto de 2010

Los héroes vencidos de la guerra afgana

Los héroes vencidos de la guerra afgana


En Rusia, los llaman simplemente los "afganos". Son esos 650.000 hombres que, entre 1979 y 1989, hicieron la guerra "del otro lado del río". Alcoholismo, problemas psíquicos y suicidios son comunes entre estos parias olvidados. El veterano Alexandre Golik dice que siente "piedad por esos chicos" norteamericanos que ahora se arriesgan a encontrarse frente a los combatientes afganos. Porque "es imposible cambiar cualquier cosa de la manera de ver la vida de aquella gente, su amor por la libertad... Los norteamericanos tendrán allá la misma dificultad que nosotros. Y les pasará lo mismo".


Por Marie-Pierre Subtil


En los confines de los suburbios de Moscú, casi en el campo, un inmenso barrio de torres, en medio de terrenos baldíos. Cuando Butovo fue construido, hace una decena de años, algunos cuantos departamentos fueron asignados a ex combatientes de Afganistán. Alexandre Golik, el director de esta "cooperativa habitacional", sonríe amargamente. "Es sorprendente que de repente, veinte años después, se acuerden de nosotros".


Afganistán "era historia, había terminado para siempre". Pero, "como un búmeran", la historia vuelve a la cara de los 650.000 hombres que participaron, entre 1979 y 1989, en la intervención soviética en Afganistán. "Es como un espejo deformado -explica un militar-, la situación es la misma, pero los roles están invertidos".


En Rusia, no se los llama los "veteranos" sino los "afganos". Sus vidas dieron un giro el día en que partieron "al otro lado del río" -la frase que evita decir las cosas tal como fueron-. Lo que impacta, es su juventud: tienen entre treinta y cuarenta años. Alexandre Golik tiene treinta y ocho. Cuando da la mano, es la izquierda. Bajo su ropa de cuero, un guante negro sale de la manga derecha. A los dieciocho años, fue enviado con un regimiento encargado de vigilar un gasoducto, en territorio afgano. Un día, el gasoducto fue atacado. Una granada cayó sobre el vehículo blindado que lo transportaba. Le arrancó el brazo.


Como los otros, lo que lo marcó, a su llegada, fue la fuerza de la naturaleza. Primero, hizo calor, mucho calor. La sed, la ausencia de agua y vitaminas, las diferencias de temperatura, el relieve, las enfermedades -sobre todo, hepatitis-. "Es muy difícil hacer la guerra contra la naturaleza, en las montañas, el desierto; el combate contra la naturaleza es más duro que la guerra misma". Pero los impactó también ese "pueblo noble, muy humano", que vivía "en la época feudal". "Desde que llegué, comprendí que no podría comprender nunca a esos musulmanes. Me encontré en el siglo XIV; según su calendario, estaba en 1362", cuenta Alexe Ieremeievski, que estuvo de 1984 a 1986 como armero.


"No había nada para destruir -recuerda Alexandre Golik-, ¡vivían en una pobreza! Todo el tiempo me sorprendía. Todo es de arcilla, el suelo, las casas. No tenían nada.


Una pequeña radio era un signo de riqueza.


Recogían todo detrás nuestro, inclusive las latas de conserva vacías". "Vistos desde el cielo, los pueblos son como nidos de pájaros colgados sobre las laderas de las montañas", agrega Serguei Filiptchenkov.


En esa época, era piloto de helicóptero. Hoy, con cuarenta y un años, es uno de los 1200 héroes de la Unión Soviética todavía con vida.


Y, si tiene "piedad por esos chicos" que se arriesgan a reencontrarse frente a los combatientes afganos, es porque "es imposible cambiar cualquier cosa de la manera de ver la vida de aquella gente, su amor por la libertad.


Los norteamericanos tendrán allá la misma dificultad que nosotros -se lamenta el director de la 'cooperativa habitacional'-, nosotros llevamos nuestra organización, nuestro modo de vida, nuestra cultura.


Pero en ese país, todo es diferente. Para nosotros, son marcianos. No hay comprensión posible.


Y a los norteamericanos les pasará lo mismo".


Sin embargo, cuando partieron fue diferente. Les habían dicho que iban a ayudar al pueblo afgano, por pedido del régimen. Andrei Lagounov llegó entre los primeros, a comienzos de enero de 1980, como recluta, a los diecinueve años.


"Nos recibieron con flores, los chicos nos hacían fiestas. No teníamos la impresión de estar en guerra. Se combatía con los afganos, contra otro grupo de afganos -recuerda-; luego, al cabo de algunos meses, nuestra columna fue objeto de ataques".


"Es un pueblo muy hospitalario, muy amigable. Estaban dispuestos a compartir todo lo que tenían con nosotros, aunque no tenían gran cosa -asegura el sargento Alexandre Katchanov-, pero también me escupieron en la cara y ése, ése fue un verdadero dolor. Nuestro Estado nos había dicho que iba a ayudar al pueblo y ¡se me escupía en la cara! Probablemente ellos no nos necesitaban". ¿Una pregunta que se hicieron? "Sólo después."


El "después" fue una pesadilla. El ex médico militar Serguei Tamarov cuenta que durante tres años no pudo escuchar el ruido de un helicóptero sin ir a buscar su fusil. Andrei Lagounov, que dirige una asociación de veteranos, cambia de canal cuando, por casualidad, mientras mira televisión, aparece una película que transcurre en Afganistán. "Un hombre no puede olvidar los que fue aquello", dice. Y cuando se le pregunta si perdió muchos camaradas, ese hombre corpulento de aire inquebrantable baja la cabeza, se saca los lentes y enjuga una lágrima mientras susurra un débil "sí".


Alcoholismo, suicidios, enfermedades psiquiátricas hicieron y siguen haciendo estragos entre los ex combatientes de Afganistán. "¡Pero nunca se los envió allá!", oyeron decir durante años. "Fue necesario que pasara tiempo para que la sociedad comprendiera que fue la Unión Soviética la que intervino, y no solamente un pequeño grupo de hombres", explica uno de los veteranos. En la primera mitad de los años noventa, muchos entraron en grupos mafiosos, explica Serguei Filiptchenkov, héroe de la Unión Soviética. Las asociaciones de veteranos se volvieron oficinas comerciales, gracias a las ventajas fiscales de las que se beneficiaron. Implicados en asuntos ilícitos, muchos de ellos terminaron en prisión.


Luego, esos grupos se calmaron. Las asociaciones de veteranos encontraron una manera de recuperarse: se abrieron a los adolescentes, a los que les inculcan "la educación patriótica", tan cara a Vladimir Putin. Pero, aunque algunos estén hoy en las más altas esferas del poder, los veteranos, considerados como violentos, hacen siempre el papel de parias.


Pobres diablos, hirsutos, a menudo con muletas de madera, erran por las estaciones moscovitas, con una bolsa en la manos: los afganos, que viven de vender las botellas que juntan en la calle.


Muchos de los que han logrado reinsertarse trabajan en seguridad, sobre todo en colegios. "Los norteamericanos tienen su síndrome de Vietnam; nosotros tenemos el síndrome de Afganistán, la diferencia es que nadie se ocupa de nosotros", afirma Andrei Lagounov. Alexandre Golik, el que no tiene más el brazo izquierdo, no lo contradice: su pensión por invalidez alcanza los 640 rublos por mes (aproximadamente 22 dólares).


La perspectiva de ver a sus ex enemigos -por obra de los mujahidines- en el terreno de la derrota provoca piedad o irritación.


Dos palabras aparecen sin cesar: esos norteamericanos son decididamente "glupis" (tontos) o "durakis" (brutos).


"En 1980, boicotearon los Juegos Olímpicos de Moscú porque la Unión Soviética estaba en Afganistán. Y hoy, ¿quieren que todo el mundo los aplauda?", vitupera Alexei Ieremeievski, el ex reparador de fusiles.


Si bien no todos son tan radicales, una certeza es unánimemente compartida: en caso de intervención terrestre, los norteamericanos no lo harán mejor que ellos. "Caerán en la misma trampa que nosotros -dicen-. Arrasar Afganistán es posible, vencer es imposible. Será un desastre, como para nosotros". Ciertamente, existe una diferencia entre los dos casos. "En los Estados Unidos, la vida humana cuesta muy cara; entre nosotros, no vale nada -se indigna Alexandre Golik, el inválido-, entonces aquí se enviaron más hombres que medios técnicos". Y continúa: "Destruir, pueden hacerlo, pero reconciliar a la gente del país, no podrán, siempre habrá una parte de la población en la oposición".


A sus ojos, los norteamericanos son los únicos responsables de esta vuelta de la historia. "Se creían los mejores, es lo que los ha perdido", juzga Andrei Lagounov. Ellos mismos crearon a los talibanes, los dejaron desarrollarse, ahora ellos tienen que arreglarselas, ahora, nosotros ya tenemos Chechenia. Tal es el sentimiento general entre los veteranos. "Adoptaron un cachorro de tigre. El cachorro creció y se volvió feroz -afirma el ex médico militar-. No quiero eso nunca más, esos jóvenes muchachos, quemados, que lloraban mirándome a los ojos, suplicándome que no les cortara la pierna. No lo quiero más". (El conflicto dejó 14.453 muertos, 53.753 heridos y 10.751 inválidos, según las cifras oficiales; muchos más, según los veteranos).


Como los otros, el ex médico militar es muy consciente de los riesgos que corre Vladimir Putin, al respaldar a la coalición conducida por los Estados Unidos. Y, sobre todo, al autorizar a los norteamericanos a utilizar las bases de Asia Central, las suyas, mientras estén en el terreno. "Ellos quieren actuar, pero con nuestras manos. Van a utilizar esas bases durante varios meses, y ¿quién va a decirles que se vayan?", se pregunta el médico.


Una variante vuelve más a menudo: "Los norteamericanos van a ocupar estas bases durante algunos meses, luego van a partir sin que el conflicto esté resuelto. Rusia estará entonces obligado a intervenir. ¿Qué reacciones encadena va provocar la intervención norteamericana?"


Las críticas no se hacen más que con palabras veladas. Nunca el presidente es abiertamente cuestionado. "No conozco la situación política como él, espero que la decisión que ha tomado sea la única posible", se contenta con decir Serguei Filiptchenkov, el héroe. Esta decisión es, sobre todo, un síntoma de decadencia: el imperio por el que ellos lucharon está bien muerto. "El sentimiento general es que antes se tenía un Estado poderoso y que hoy no se tiene la misma influencia sobre los Estados de Asia Central", afirma Alexandre Golik. Cuando custodiaba el gasoducto afgano, en 1983, el director de la "cooperativa habitacional" de los veteranos de Butovo se preguntaba qué hacía allá. "Más años pasan, más crece ese sentimiento". Nunca, en cerca de veinte años, tuvo tantos motivos como hoy para preguntarse por qué había perdido su brazo.


Un día, hace una decena de años, turistas norteamericanos empujaron la puerta del número 14 de la calle Vladimirskaia, una calle anónima en los suburbios de Moscú. Ellos también eran veteranos. Pero de Vietnam. Sin duda, les había costado conseguir esta dirección, la de un museo dedicado a los ex combatientes de Afganistán del barrio. "Estaban sorprendidos que hubiéramos hecho esto sin dinero, sólo con nuestra voluntad -cuenta el director, Igor Ierine- y nos dijeron: 'nosotros tenemos el dinero, pero no la voluntad'". El establecimiento no es grande, pero muestra un verdadero trabajo pedagógico y una preocupación de presentar honestamente el conflicto.


"Cuando se creó este museo, en 1987, se pensaba que sería la última guerra -dice Ierine-, pero igualmente se quiso mostrar que esto podía suceder y que cualquiera podía morir".


Sobre los muros, veintiocho cuadros están colgados.


En los veintisiete primeros, se suceden fotos de jóvenes, en blanco y negro. Los veintisiete del barrio muertos en Afganistán. En el veintiocho, los veteranos de Vietnam, como todos los visitantes, vieron su propia imagen. En el último cuadro no hay una foto, sino un espejo.




Octubre de 2001
La fuente: Diario Le Monde (Francia).

viernes, 27 de agosto de 2010

LAS FINANZAS DE MONTONEROS

Tras el rastro del dinero


El operativo había sido planeado para el 2 de enero de 1977, pero la lluvia hizo que fuera suspendido. El domingo 9, en cambio, amaneció con un sol espléndido y fue puesto en marcha. A primera hora de la tarde los autos partieron hacia Tigre.

El grupo de tareas sabía que Montoneros recomendaba a sus cuadros tratar de hacer actividades al aire libre durante los fines de semana, para compensar el stress de la vida clandestina. Pero el operativo de aquel día no tenía un objetivo puntual, era como arrojar la red en un lugar donde se suponía que habría algo para recoger.


Al promediar la tarde, los embarcaderos de las lanchas colectivas de la principal estación fluvial del delta, unos 30 kms. al norte de la Capital Federal fueron clausurados y todas las embarcaciones dirigidas hacia el único que quedó habilitado, el que utilizaban las lanchas provenientes de Carmelo, Uruguay.


Las embarcaciones colectivas esperaban turno y la gente descendía y pasaba frente a un control donde debían exhibir sus documentos de identidad. Los papeles eran controlados por un civil, apoyado por un grupo de aspecto militar, pero vestido de manera informal.


En realidad, el control era un montonero especializado en falsificar documentos, que había sido “quebrado” en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y convertido en colaborador. Después de mostrar sus documentos, la gente se dispersaba rumbo a la estación de ferrocarril o las paradas de ómnibus.


Del otro lado de la calle, a cierta distancia, estaban discretamente estacionados varios autos. Los ocupaban hombres del grupo de tareas y “marcadores”, como eran denominados los montoneros quebrados que señalaban a otros miembros de la “orga”.


En la euforia de 1971-74, cuando el “socialismo nacional” parecía una alternativa inmediata y Montoneros crecía aceleradamente, el auge había desbordado las técnicas de aislamiento y compartimentación propias de la clandestinidad. Mucha gente conocía a mucha gente y eso fue muy costoso para ellos.


Cuando los “interrogatorios compulsivos” - eufemismo por tortura - y los problemas internos de la organización comenzaron a doblegar a los militantes capturados, el sistema de recorrer los lugares de concentración de gente, como estaciones y algunas avenidas, arrojó resultados muy importantes, según reconocieron los protagonistas de ambos bandos.


En lo esencial el método no variaba: en un vehículo viajaba un “quebrado” con custodia y en otro u otros los “grupos de captura”, que entraban en acción cuando el “marcador” creía reconocer a alguien.


Aquel domingo en Tigre, una pareja joven presentó pasaportes al control y pasó sin problemas. Habían recorrido unas decenas de metros, cuando el “marcador” dijo conocer al varón.


Los grupos de captura se arrojaron sobre la pareja, que fue sorprendida y no opuso resistencia. No llevaban armas, pero ambos tenían pastillas de cianuro, que eran una especie de certificado de pertenecer a Montoneros y son un capítulo especialmente dramático de esta historia. A esta altura es conveniente puntualizar una de las características de la lucha entre organizaciones como Montoneros y el ERP y el aparato defensivo-represivo del Estado.


Las técnicas de clandestinidad, que resumían décadas de experiencias internacionales, prescribían mecanismos cotidianos de contacto y control entre los integrantes de cada eslabón orgánico, que permitían detectar rápidamente la caída de un miembro del grupo y dar el aviso para que los restantes huyeran. La conducción de Montoneros pedía a sus integrantes que eran capturados, sólo 24 horas de silencio.


Los militares y policías sabían eso, por supuesto, y aplicando también la experiencia internacional, corrían contra el tiempo para obtener información rápidamente de los detenidos.


El método utilizado fue la tortura, o como se dijo “interrogatorio compulsivo” y resultó letal para las organizaciones guerrilleras, pues las “cadenas” de detenciones a partir de cada captura llevaron a la desarticulación de sus estructuras.


En sus relatos, los hombres de los grupos de tareas reconocieron la utilización de la picana eléctrica, pero subrayaron que fue importante la proporción de detenidos que colaboraron sin llegar a ser torturados y enfatizaron la importancia de la desmoralización de los guerrilleros a medida que se generalizaba el desplome de sus organizaciones.


En el otro bando, uno de los máximos dirigentes montoneros, reconoció que la conducción consideraba inevitable la tortura, como un riesgo asumido, de los militantes que eran capturados.


“Por razones políticas – explicó -, nosotros teníamos que condenar duramente la entrega de información bajo tortura, pero sabíamos que era casi imposible resistir. De todas maneras, hubo actitudes muy distintas entre los compañeros que fueron capturados”.


La pista del oro


Los dos jóvenes atrapados en el embarcadero de Tigre fueron subidos a sendos autos que partieron a gran velocidad hacia la Escuela de Mecánica de la Armada, donde operaba el grupo de tareas que asestó los golpes más duros a Montoneros en el área metropolitana.


El varón habría reconocido rápidamente que trabajaba con sus compañeros en el “ámbito” - como se denominaba en la jerga a cada sector específico - de “finanzas internacionales”.


El grupo de tareas no poseía hasta ese momento ninguna información sobre esa estructura. El operativo de aquel domingo 10 puso sobre el rastro de enormes sumas de dinero y de una sofisticada organización logística que tenía avanzadas las tratativas para concretar en Europa una muy importante compra de armas a traficantes alemanes.


Para Montoneros, el embarcadero de Tigre marcó el comienzo de una cadena de pérdidas muy importantes.


Al día siguiente, lunes 10, el montonero de baja graduación atrapado permitió trepar un importante escalón en las finanzas guerrilleras. Desde un auto “marcó” a Juan Gasparini (a) “Pata” o “Gabriel” cuando, portafolio en mano, entraba al edificio donde alquilaba oficinas, casi en la esquina de Santa Fe y Callao.


Gasparini es un personaje central y trágico de esta historia. Sobrevivió a la ESMA y denunció a sus hombres en el juicio que el presidente Raúl Alfonsín, ordenó contra los comandantes en jefe responsables del último gobierno militar. Ahora vive en Suiza, donde se gana la vida como periodista.


Había sido intermediario entre Montoneros y David Graiver, después de que éste recibiera a mediados de 1975, poco menos de 17 millones de dólares, provenientes del secuestro de los hermanos Born (60 millones) y de un directivo de Mercedes Benz Argentina (casi tres millones).


En 1990 escribió un libro titulado “El crimen de Graiver”, con minuciosa información sobre las relaciones entre Montoneros y el empresario muerto al estrellarse su avión en México en agosto de 1976.


Gasparini entregó la dirección del departamento donde vivía con su esposa y sus dos hijos, en el barrio de Almagro, pero se negó a trasmitirle por el portero eléctrico una intimación a que se rindiera, pues el edificio había sido copado.


La mujer se resistió a balazos junto con otra militante que se hallaba en la casa y tuvo tiempo de quemar los papeles y documentos, Ambas mujeres fueron abatidas tras un prolongado tiroteo. En el baño del departamento, metidos en la bañera y cubiertos con colchones y mantas, fueron encontrados, llorando aterrados, los dos niños que fueron entregados a sus abuelos y viven ahora en Suiza, con Gasparini.


En rápida sucesión cayeron otras tres figuras principales del ámbito de finanzas y logística de la Organización. Pablo González de Langarica y Martín Grass pusieron al grupo de tareas sobre el rastro seguro de Fernando Vaca Narvaja y sus hombres viajaron a Suiza con el primero de ellos, apropiándose de una suma millonaria y montando un operativo cinematográfico que les permitió apoderase de un importante cargamento de armas más modernas y sofisticadas que las que poseían las fuerzas armadas y de seguridad.


La tercera captura importante se produjo el 15 de enero, cuando fueron atrapados Carlos Torres (a) “Ignacio” y dos asistentes. Torres era muy importante en el manejo de los fondos y había jugado un rol principal en la relación de Montoneros con Graiver, y después de su muerte, con su viuda Lidia Papaleo.


En la serie de operativos realizados en la Capital Federal, y el Gran Buenos Aires fueron atrapados varios miembros de la cadena de pagadores y fueron confiscados unos 400 mil dólares de los sueldos de enero de una parte importante de la organización.


A esta altura de los acontecimientos, hacía 110 meses que gobernaba la Junta Militar, la gran mayoría de los cuadros montoneros estaban “profesionalizados”, es decir que se dedicaban sólo a su militancia y sus gastos eran pagados por la organización.


La pérdida del dinero provocó, en consecuencia, un amago de colapso, pues los miembros de las distintas estructuras no podían afrontar sus obligaciones cotidianas -alquileres, gastos de movilidad, alimentación, etc.- y corrían riesgos de ver desbaratadas las coberturas bajo las que se ocultaban.


La conducción de Montoneros utilizó mecanismos de emergencia que le permitieron sortear la crisis y en algunos de los militares que seguían el hilo del dinero montonero, quedó la sospecha muy fuerte de que la embajada cubana en Buenos Aires había prestado una ayuda esencial a la organización guerrillera.


Desde uno de los grupos de tarea se propuso detener en Ezeiza a un funcionario importante de esa representación diplomática y revisar su equipaje -valija diplomática- cuando regresaba de un rápido e inesperado viaje al exterior, pues se creía que podía traer los fondos para mantener el funcionamiento de Montoneros hasta que fuera reparado su sistema de finanzas. Pero el temor a un fiasco y el escándalo internacional previsible hicieron que en los niveles con la autoridad decisiva, la propuesta fuera rechazada.


En las semanas siguientes, la Conducción Nacional -Carolina Natalia la llamaban en la jerga- de Montoneros comenzó a salir del país. Huyeron.


Una fuga milagrosa y armas en Europa


En la primera mitad de octubre de 1976 fue atrapada una militante montonera, en una acción a la que en un principio no se adjudicó trascendencia. A poco de iniciado el interrogatorio, la mujer pidió que le llevaran la cartera que tenía consigo cuando la capturaron. En el forro había una tira de papel cuidadosamente enrollada, con anotaciones en código: eran las “citas nacionales”.


En el momento, los hombres del grupo de tareas no entendieron; después entraron en un frenesí operativo que culminó con uno de los grandes desastres sufridos por Montoneros en el primer año del gobierno militar.

Desde el punto de vista de la seguridad, el punto más frágil y peligroso de una organización clandestina eran los enlaces o contactos entre sus eslabones compartimentados, por lo que Montoneros trataba de reducirlos todo lo posible.


El mantenimiento de enlaces mínimos planteaba, como contrapartida, el riesgo de que personas o estructuras enteras quedaran aisladas si el enlace se rompía por la acción represiva o por accidente. Para cubrir esa eventualidad se establecían citas fijas, en días fijos, para los distintos grupos a los que se podía acudir en determinadas circunstancias, como cuando se rompía un contacto.


Esas citas, correspondientes a la organización en el orden nacional, era lo que contenía la tira de papel -semejante un largo ticket de cafetería- que estaba oculta en la cartera de la mujer:


El código era de una sencillez elegante y se basaba en la utilización de guías de uso común con planos y calles de la ciudad. En Buenos Aires y alrededores, por ejemplo, se utilizaba la guía Filcar. Debajo de la identificación cifrada de la ciudad, un número indicaba la página del plano a utilizar.


Después una letra y otro número identificaban -como es usual en esas guías- un cuadrante del plano. Finalmente, otra letra o número indicaba un vértice del cuadro elegido -superior derecho o izquierdo, inferior derecho o izquierdo-, que caía claramente sobre una esquina. Allí era la cita, cada miércoles, por la mañana temprano.


En algunos casos, cuando los miembros de la organización podían no conocerse, se añadía una contraseña o señal de identificación clara, pero no llamativa, como llevar un diario determinado, doblado de cierta manera, en tal mano.


En dos miércoles sucesivos y en alrededor de 10 días, fueron capturados entre 60 y 70 miembros de la organización. Sólo en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires fueron atrapados 33 cuadros, casi todos oficiales, que era un grado bastante importante en Montoneros.


Al día siguiente de la primera redada y como consecuencia de ella, cayó Norma Arrostito, una de las figuras “históricas” de la guerrilla -aunque para esa época no integraba la cúpula- quien había estado en el grupo original que secuestró y asesinó al ex presidente, general Pedro Eugenio Aramburu en 1970.


La caída de las “citas nacionales” causó un severo trastorno de funcionamiento a Montoneros y se sumó a otros golpes exitosos de las fuerzas armadas y de seguridad, lanzadas a una represión masiva de las organizaciones guerrilleras, cada vez más aisladas políticamente.


La dirección montonera comenzó a analizar la conveniencia de que el jefe máximo, Mario Firmenich, saliera del país para “preservar la conducción”. Al parecer el dirigente se negó al principio, pero finalmente acordó a marchar al exterior para buscar “solidaridad internacional”.


Mientras se desarrollaba esa discusión, poco antes de finalizar 1976, Montoneros sufrió otra grave pérdida. A fines de noviembre o principios de diciembre, el jefe de la Regional Buenos Aires y virtual número tres de Montoneros, Carlos Hobert (a) “Pingulis” -quien en 1974 había seleccionado con Roberto Quieto a los integrantes del grupo que secuestró a los hermanos Born -, asistió a una reunión de Unidad Básica Revolucionaria (UBR), estructura de base que periódicamente “bajaba” algún miembro de la conducción.


A los pocos días, cuando salía de su casa -obviamente clandestina- “Pingulis” se encontró de lleno con un joven militante que había asistido a aquella reunión y pasaba casualmente por el lugar.


Las normas de seguridad prescribían que Hobert debía mudarse inmediatamente, por el riesgo que un joven subordinado fuera capturado -”en aquella época caían como moscas”, recordó un dirigente montonero- y terminara entregando la dirección del jefe, como moneda de cambio por su vida o, por lo menos, para no ser sometido a tormento.


* Hobert no aplicó las reglas y prometió cambiarse de casa después de Navidad. Como medida de precaución, estableció un sistema semanal de control con el joven, para verificar que no había sido detenido. Entre un control y otro, el joven militante de la UBR fue atrapado y el 22 de diciembre el Ejército rodeó la casa de “Pingulis” con poderosos efectivos y la tomó por asalto, matándolo en el enfrentamiento.


Al mes siguiente -enero de 1977- luego del operativo en el Tigre comenzó a caer la cadena de finanzas y logística, mientras “Carolina Natalia” (la Conducción Nacional de Montoneros) decidía abandonar el país, dejando por turno a sólo uno de sus integrantes.


Casi simultáneamente, Fernando Vaca Narvaja salvó su vida de una manera increíble, cuando uno de los cuadros que tenía contacto con él fue atrapado, siguiendo el hilo que el grupo de tareas de la ESMA había aferrado aquel domingo de ese enero, en el Tigre.


Quebrado rápidamente, el oficial guerrillero entregó su cita con el miembro de la conducción nacional, pero Vaca Narvaja no acudió a dos encuentros sucesivos que deberían haberse concretado en la zona del barrio de Colegiales.


La tercera alternativa, en la que ya nadie tenía mucha confianza, fue en Avellaneda, cerca del viaducto de Sarandí, a unos tres kilómetros del límite sur de la Capital Federal. El “marcador” aguardó en un auto con un acompañante, que se comunicaba por radio con los restantes miembros de equipo que participaba en la emboscada.


Vaca Narvaja llegó en un Renault 6, color verde, pero cuando estaba entrando en la encerrona algo lo alertó -podría haber sido un hombre que se asomó desde un techo con un arma larga- y aceleró, iniciando la huida.


Los miembros del grupo de tareas no estaban aún seguros de su identidad por lo que no abrieron fuego a tiempo. Sólo uno de los emboscados saltó a la calle y disparó con un revólver calibre 357 Mágnum contra el Renault 6 que ya doblaba en la esquina.


Era un buen tirador y Vaca Narvaja es un hombre con mucha suerte. Uno de los proyectiles rompió la luneta del auto, pegó aparentemente en una rueda de auxilio parada tras el asiento trasero y se desvió, hiriendo al jefe montonero en el músculo trapecio, entre el hombro y el cuello.


Herido, pero conservando su movilidad, siguió conduciendo y la fortuna volvió a protegerlo. El Falcon que había partido en su persecución chocó con un ómnibus. Algunos centenares de metros más adelante, arma en mano, el dirigente detuvo un Citroën marrón conducido por una mujer. La obligó a descender y logró desaparecer al volante del pequeño vehículo.


Dinero y armas


Otro capítulo verdaderamente cinematográfico derivado de la captura de la joven pareja en Tigre, que condujo a las caídas de Martín Grass y Pablo González Langarica, se desarrolló en Europa.


Oficiales de la Armada viajaron a Suiza con uno de los guerrilleros quebrados, que tenía acceso a cierta caja de seguridad de un banco en Ginebra y se apoderaron de un millón y medio de dólares.


También fueron presentados por el montonero a traficantes alemanes de armas y, haciéndose pasar por miembros de la organización, iniciaron una complicada negociación, que llevó largos meses y se desarrolló en París, Madrid y Hamburgo


Por fin, durante 1978 recibieron de los alemanes un impresionante cargamento que incluía mil pistolas ametralladoras Steyr austríacas y quinientos fusiles Heckler & Koch alemanes, armas de gran calidad de sofisticación que aún en los ejércitos y fuerzas de seguridad de los países más desarrollados sólo se proveen a los grupos de elite.


El lote se completaba con doscientas pistolas Browning, veinte pistolas Walther con silenciador, veinte pistolas ametralladoras UZI, también con silenciador y un buen número de fusiles pesados y granadas.


Montoneros había buscado asesoramiento sobre cómo introducir el cargamento al país y uno de los consultados -aparentemente sin enterarlo del contenido- había sido el célebre “Cacho” Otero, figura casi mítica, ya fallecido, a quien se adjudicaban muy sólidos conocimientos en materia de introducir mercaderías en el país sorteando controles. Cuando fue derrumbada la estructura de logística de la organización, Otero fue “desaparecido” durante un corto período pero recuperó la libertad sin grandes problemas.


De sus consultas, los montoneros llegaron a la conclusión de que la manera menos arriesgada de traer las armas era en avión, descendiendo en alguna pista clandestina. Para ello habían comprado y tenían aprestado en Miami un viejo pero confiable Super Constellation, cuyo destino final se perdió en la confusión de la derrota guerrillera.


Tras analizar y descartar varias alternativas, los hombres del grupo de tareas metieron las armas en un contenedor rotulado como “maquinaria industrial”, lo cargaron en Hamburgo en un barco de ELMA y lo fletaron a Buenos Aires.


En el puerto de destino sólo fue advertido el jefe de la Prefectura Naval, pero se le pidió que guardara el secreto, para probar si el contenedor pasaba los controles regulares. Para mortificación de unos cuantos, diversión momentánea de otros y preocupación de todos, la “maquinaria industrial” entró sin problemas.


A esta altura de 1978 crecía aceleradamente la probabilidad de un enfrentamiento bélico con Chile y las armas fueron distribuidas en unidades navales, preferentemente en la Infantería de Marina y comandos anfibios, donde aún estarían inventariadas.


Los hombres del grupo de tareas también descubrieron que Montoneros había comprado sesenta morteros -mucho más que la dotación de cualquier regimiento argentino- y que se hallaban en un puerto del norte de Arica, desde donde tratarían de enviarlos a Buenos Aires.


En este caso no lograron apoderarse del cargamento, pero “pudrieron” la operación de manera tal que la organización guerrillera perdió los morteros.


Cómo la plata llegó a Graiver


En una de sus últimas gestiones oficiosas como ministro del Interior, José Luis Manzano pidió el primero de diciembre de 1992 -lo renunciaron al día siguiente- a la Policía federal que atendiera la situación de Juan Gasparini , quien tenía dificultades para renovar su pasaporte.


En la jefatura de policía le mostraron al ex montonero que el último documento que figuraba en su legajo era una orden de detención. Gasparini exhibió, entonces, el Boletín Oficial en que fue publicado el decreto del presidente Menem que lo indulta. Los policías reconocieron que tenía razón, agregaron el Boletín Oficial al legajo y le revalidaron el pasaporte en unas horas. Pocos días después volvió a Suiza.


Gasparini es, sin duda, una de las personas que mayor conocimiento de las finanzas montoneras. Era un oficial importante en ese ámbito de la organización y fue enlace con Graiver -en cuyas oficinas de Nueva York tenía un escritorio- y con su viuda Lidia Papaleo.


Además, es un sobreviviente de la ESMA, donde permaneció desde el 10 de enero del '77 hasta muy avanzado el '78, cuando viajó a Bolivia por cuenta y cargo del grupo de tareas.


Tres prisioneros fueron enviados a La Paz -ante un pedido de colaboración de otro organismo del gobierno militar argentino-, para montar una agencia de publicidad que hizo campaña electoral por el candidato del oficialismo militar boliviano, Coronel Pereda Asbún.


Después, liberado, Gasparini viajó primero a Panamá y, luego, a Suiza, donde reside y trabaja como periodista. Su experiencia personal le ha permitido conocer, por lo tanto, una parte importante de los hechos, pero no la totalidad, debido a la fragmentación de las historias por el carácter clandestino que tenía la subversión y la represión, pero de lo que sabe cuenta sólo una parte en su libro, muy reveladora, de todas maneras.


Obviamente, los tres sobrevivientes de la conducción de Montoneros -Mario Firmenich, Roberto Cirilo Perdía y Femando Vaca Narvaja- conocen mejor que nadie el manejo de las enormes sumas de dinero de que dispuso la organización y lo que queda -que no debe ser poco, puesto que hasta movió el interés político del presidente Menem-, pero se han refugiado en el beneficio del silencio.


A principios de 1974, Montoneros era la guerrilla más poderosa del continente y a esa altura financiaba sus gigantescos gastos en personal e infraestructura -sueldos, casa, locales, imprentas, fábricas de armas y explosivos, etcétera-, básicamente, mediante secuestros extorsivos.


En enero de aquel año, Roberto Quieto -número dos de Montoneros, detrás de Firmenich y delante de Perdía-, comenzó a planificar con el “Pingulis” Hobert, quien después se desvinculó de la operación, el secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born, herederos de una parte sustancial de las acciones del holding Bunge y Born, el grupo económico internacional más grande del hemisferio sur.


Quieto quedó al mando de la operación y eligió como segundo a “Quique” Miranda, secretario militar de la columna Norte, quien se encargó de la construcción de una “cárcel del pueblo”, de dos subsuelos, bajo una pinturería de fachada instalada en Martínez, en el norte del Gran Buenos Aires.


El secuestro debía concretarse un martes o un jueves, los días de menos tránsito, cuando los Born viajaban juntos desde la provincia hacia la sede de la empresa, en plena city porteña, después de dejar a sus hijos en el colegio.


Hubo un intento fallido un martes, pero dos días después, el 19 de setiembre de 1974, el comando montonero atravesó un cartel de ENTEL en la avenida Libertador -a la altura de Olivos- y desvió el tránsito por la calle San Lorenzo hacia la avenida Effling, paralela a Libertador, a una cuadra. Otro cartel, en el medio de la calzada, obligaba a los vehículos a reducir su marcha.


Cuando los dos Falcon celestes de Bunge y Born tomaron por avenida Effling, dos pick-ups -una Dodge azul y una Chevrolet color claro- embistieron frontalmente los autos, haciéndolos detener. Los guerrilleros rodearon los dos autos y encañonaron a sus ocupantes. En el asiento trasero del primer coche viajaban los Born.


Como el chofer-custodio, Juan Carlos Pérez, de 35 años, y Alberto Bosch, de 40, gerente de Molinos Río de la Plata, que ocupaban el asiento delantero, no respondieron con rapidez las órdenes de los montoneros, fueron ultimados a escopetazos. Jorge Born, entonces de 40 años, y su hermano Juan, de 39, fueron subidos a otros dos autos y llevados a la “cárcel del pueblo”.


La acción del secuestro propiamente dicha demoró 38 segundos y participaron en forma directa 19 montoneros. Al cabo de media docena de años todos ellos estaban muertos, pero la Operación Mellizas, como la denominaron, resultó un impresionante éxito económico para la organización.


Montoneros pidió 100 millones de dólares de rescate y Jorge Born padre rechazó la demanda, ofreciendo 10 millones. La situación se complicó y las tratativas se prolongaron, hasta que la organización proporcionó evidencias de que Juan, el menor de los hermanos, estaba perdiendo la razón y caía en un autismo progresivo. Llegó un momento en que no reconocía a su hermano Jorge, que, por el contrario, nunca se quebró.


Finalmente, se acordó un rescate de 60 millones de dólares en efectivo -verdadero record mundial y entonces una cifra mucho más impresionante que ahora- y alrededor de 3,5 millones más en alimentos y otros bienes repartidos en barrios populares.


El 23 de marzo del '75 fue dejado en libertad Juan Born, tras el pago de 25 millones de dólares, quedando Jorge como rehén. El resto del rescate se completó en pagos escalonados y al menos en una ocasión se produjo un incidente en Ezeiza, cuando hombres de los servicios de inteligencia detuvieron a momentáneamente a cuatro empleados de Bunge y Born que traían casi cinco millones de dólares desde Zurich.


Las entregas las hacía un alto funcionario del holding, que se reunía a almorzar en distintos lugares del Gran Buenos Aires con “Ignacio” Torres -entonces jefe de finanzas de Montoneros- y le dejaba una valija con el dinero, que el montonero metía en el baúl de su Falcon, al que había forrado con una malla de alambre de cobre, para bloquear las eventuales emisiones de un mini transmisor que pudiera haber sido ocultado entre los billetes.

Aquí comenzó a jugar un papel importante David Graiver, una especie de precursor de cierta clase de hombres de negocios argentinos que armaron en muy poco tiempo grandes grupos de empresas que se derrumbaron más velozmente aún.


Su hermano menor, Isidoro, había sido secuestrado en agosto del '72 por las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) y la familia pagó 150 mil dólares para que fuera liberado.


Tres años después, David Graiver se convertiría en el banquero de los Montoneros. El empresario fue vinculado con la conducción guerrillera por intermedio de Enrique Juan Walker (a) “Jarito”, periodista que había sido secretario de redacción de la revista Gente y había sido pareja de la psicóloga Lidia Papaleo, convertida, luego, en mujer de Graiver.


Roberto Quieto tomó a cargo de la vinculación, entre agosto del '74 y mayo del '75, se reunió varias veces con el banquero en una quinta de San Isidro alquilada por éste a una señora de patricios antecedentes. En uno de esos encuentros, el jefe montonero ofreció a Graiver entregarle como inversión 14 millones de dólares del total obtenido de Bunge y Born. El empresario aceptó de inmediato, contra ofertando una tasa del 9,5 % anual de interés.


A mediados de mayo de aquel año, Graiver logró zafar de un intento de secuestro y, asustado porque los guerrilleros le aseguraron que no habían sido ellos, decidió radicarse en los Estados Unidos, donde estaba intentando que le permitieran comprar un banco.


Antes de viajar, en ese mismo mes de mayo, mantuvo dos reuniones en las que lo acompañó Jorge Rubinstein, su hombre de confianza, con los representantes montoneros, para recibir los 14 millones una semana más tarde. Por los guerrilleros asistieron a esos cónclaves Quieto, “Ignacio” Torres y “Antonio” Salazar, coordinador internacional de la organización en Europa. El 25 de junio de 1975, un funcionario de Bunge y Born entregó en Ginebra, Suiza, a “Ignacio” Torres los 14 millones de dólares que faltaban para completar el rescate y Jorge Born fue dejado en libertad en la zona norte del Gran Buenos Aires.


Inmediatamente, en la misma ciudad, Torres y Salazar entregaron las valijas llenas de billetes a Jorge Rubinstein. Tras algunos inconvenientes técnicos y burocráticos -que solucionó Graiver-, los fondos fueron depositados en un banco y pasados a otros, para ser retirados, cargados en una avión alquilado y trasladados a Bruselas, donde ingresaron al BAS, pequeño banco belga adquirido por el empresario.


Posteriormente, el banquero recibiría de Montoneros dos 2.825.000 dólares más, provenientes de un total de 4 millones obtenidos por el secuestro de Heinrich Metz, directivo de Mercedes Benz Argentina.


De esta manera, el total entregado por Montoneros fue de 16.825.000 dólares, por los cuales Graiver se comprometió a pagar un interés mensual de 196.300 dólares.


El acuerdo se cumplió sin inconvenientes durante varios meses, mientras el acelerado deterioro de la situación política y socioeconómica, sumado a la creciente violencia de Montoneros y el ERP y la contrapartida represiva, desembocaron en el golpe militar de marzo de 1976.


Aparentemente en los meses previos habían comenzado a producirse diferencias en la cúpula de Montoneros y, en octubre del '75, Quieto había planteado que quería dejar la conducción. Pero no lo hizo y el 28 de diciembre de ese año, domingo, fue capturado y desaparecido cuando descansaba con su familia en una playa de Olivos.


La caída y el intento de Menem


Con las Fuerzas Armadas en el gobierno la represión se hizo masiva y el cerco fue cerrándose de manera inexorable. A mediados del 76 un grupo de tareas -aparentemente del Ejército- capturó a Ramón Neziba (a) “Moplo”, quien fue reconocido por una montonera quebrada y había actuado como cobrador de los intereses que pagaba Graiver a Montoneros. No había llegado a conocer al banquero, pero recibía el dinero de Jorge Rubinstein cada mes. Se encontraban en una confitería e intercambiaban un portafolios vacío por otro con el dinero.


Algunas semanas más tarde, el 17 de julio de aquel año, “Jarito” Walker fue atrapado en un cine del barrio de Caballito en la Capital Federal. Poco después “Antonio” Salazar, el coordinador de Montoneros en Europa, que había participado en Suiza en el traspaso de los 14 millones de dólares entregados, por Bunge y Born a Graiver, dejó un mensaje en clave, en una mensajería telefónica a la que el banquero llamaba regularmente desde Nueva York. Traducido, intentaba ser tranquilizador y significaba que Walker no había hablado.


Muy poco después, el 7 de agosto, cuando su grupo económico crujía por todas partes, el avión alquilado en el que Graiver viajaba desde Nueva York hacia el balneario de Acapulco en México, se estrelló en las montañas de ese país, muriendo el empresario y los dos pilotos.


A las pocas horas “Ignacio” Torres, jefe de finanzas de Montoneros habría llamado por teléfono a la viuda Lidia Papaleo, quien estaba en México -donde Graiver los había presentado dos meses antes-; para expresarle sus condolencias y manifestarle que, en su opinión, había sido un atentado, como siguen creyendo hasta hoy los dirigentes montoneros y Gasparini, quien en su libro atribuye a la CIA la muerte del banquero.


Dos meses y medio más tarde, el 22 de octubre, tras cumplirse minuciosamente un complejo recorrido por el centro de Buenos Aires, indicado por los montoneros para controlar que no era seguida, Lidia Papaleo almorzó en el restaurante del tercer piso de Harrods con dos jefes de la organización.


“Ignacio” Torres la presentó al “oficial superior” y miembro de la Conducción Nacional, Julio Roqué (a) “Lino” un cordobés que venía de las FAR izquierdistas y había disparado el FAL cuyos proyectiles asesinaron al general Juan Carlos Sánchez en Rosario, a mediados de abril de 1972. La mujer explicó que el grupo empresario armado por su esposo se estaba derrumbando y que no podía pagar los casi 200.000 dólares mensuales de interés. Comprensivos, los dos jefes montoneros acordaron concederle un período de gracia. En aquellos momentos, el dinero no era el problema principal para ellos.


En un momento en que “Ignacio” fue al baño, “Lino” Roqué y la viuda de Graiver acordaron una clave de emergencia para encontrarse. El jefe guerrillero llamaría “de parte del doctor Linares” y se encontrarían tres días y tres horas más tarde de la fecha que se dirían por teléfono.


En ese terrible año '76 aún habría una reunión más entre Lidia Papaleo y dos emisarios montoneros -uno era el “Doctor paz”, quien sería en realidad Juan Gasparini-, en el departamento de su colaboradora Lidia Angarola, en Junín y Peña, durante la mañana de un domingo de diciembre.


Pocas semanas después, el domingo 9 de enero del '77, uno de los grupos de tareas encontró en el embarcadero de Tigre el hilo de las finanzas de Montoneros. Al día siguiente fue atrapado Juan Gasparini, en Callao y Santa Fe, y el sábado 15 cayeron “Ignacio” Torres y dos de sus asistentes.


El miércoles siguiente, utilizando el procedimiento de emergencias, acordado en el almuerzo de Harrods, “Lino” Roqué se encontró con Lidia Papaleo en el Parque Lezama y le aconsejó que tratara de irse del país, pues Torres y Gasparini conocían todos los detalles del acuerdo por los 16.825.000 dólares.


Acordaron mecanismos para establecer contacto en Madrid y en México DF, y se despidieron. No volverían a verse. El 29 de mayo, uno de los grupos de tareas llegó al domicilio donde estaba escondido Roqué y se produjo un largo tiroteo que finalizó cuando al montonero se le acabaron las municiones y se suicidó con una cápsula de cianuro.


Lo demás es historia más o menos conocida, en la primera semana de marzo de ese año el entonces jefe de la Policía de Buenos Aires, coronel Ramón Camps, aparentemente autorizado por el comandante del primer cuerpo de Ejército, general Guillermo Suárez Mason, lanzó el operativo “amigo”.


Los miembros de la familia Graiver y sus colaboradores cercanos fueron detenidos y permanecieron desaparecidos varias semanas, hasta que la situación fue “blanqueada” el 19 de abril por el presidente y comandante del ejército teniente general Jorge Rafael Videla, mediante una conferencia de prensa ofrecida en la sede de esa fuerza.


Nunca se tuvieron datos precisos de 10 ocurrido a Jorge Rubistein -que jugó un rol central en los tratos de Graiver con Montoneros-, ni siquiera Edgardo Sajón, Subdirector del diario “La Opinión” y secretario de prensa durante la presidencia del teniente general Alejandro Agustín Lanusse. Aunque todo indica que murieron mientras eran sometidos a “interrogatorios compulsivos.”


Más adelante, un Consejo de Guerra Especial condenó a 15 años de prisión a Juan e Isidoro Graiver y a Lidia Papaleo -con penas menores para otros miembros del grupo-, quienes apelaron ante el Consejo Supremo de las fuerzas Armadas que redujo las condenas principales a 12 años de prisión.


Ante una nueva apelación, la Corte Suprema de Justicia -aun bajo el gobierno militar y en un notable acto de independencia- dejó sin efecto la sentencia de la justicia militar y dispuso que la causa pasara a la justicia civil.


El entonces fiscal Julio César Strassera, quien después lo seria de los ex comandantes en jefe, pidió 5 años de prisión para Isidoro Graiver y Lidia Papaleo, sobreseyendo al resto. Pero el juez falló anulando todo lo actuado por la justicia militar y dispuso la libertad de todos los miembros del grupo Graiver.


Después, en 1984, ya en el gobierno de Raúl Alfonsín, la familia Graiver se presentó en el fuero contencioso administrativo reclamando al Estado daños por cifras enormes y los bienes del grupo empresario que habían sido incautados.


Después de que ganaran el juicio en primera instancia, el presidente Alfonsín ordenó al procurador del Tesoro, Héctor Pedro Fassi, que negociara un acuerdo. Los Graiver reclamaban un total aproximado de 155 millones de dólares y un gran número de propiedades. Finalmente, el gobierno y el grupo transaron en 84 millones y unas cuarenta propiedades.


En marzo del '86, el Tesoro les pagó el 40% de esa suma y desde mayo de ese año comenzaron a recibir pagos trimestrales. El 63% de 10 que recuperaron correspondía a Isidoro y Juan Graiver y a su esposa Eva Citnach. El 37% restante era del Lidia Papaleo y de su hija María Sol Graiver.


En su libro “El crimen de Graiver”, Gasparini afirma que Juan e Isidoro Graiver -radicados entonces en España- hicieron un rápido viaje a Suiza en julio del '87 para depositar allí una parte importante de los fondos que habían recibido del Estado argentino.


Al mes siguiente, actuando como representantes autorizados de Montoneros, un pastor protestante homosexual con status de refugiado político en Noruega, acompañado por una redactora argentina de la revista pro-guerrillera Triunfar, editada en México, retiraron 400 mil dólares de un banco en Ginebra y los traspasaron a otra entidad. Sería el primero de una serie de pagos -los otros habrían sido mucho menores- de la familia Graiver a los montoneros que mostrarían que la “Operación Mellizas” seguía viva a más de trece años del secuestro de los hermanos Born.


Mientras tanto, como parte de su teoría de los “dos demonios” -uno subversivo y el otro represivo- el presidente Raúl Alfonsín logró que Mario Firmenich fuera detenido en Brasil y extraditado a la argentina, donde la justicia lo condenó a una larga pena de prisión.


La cúpula sobreviviente de Montoneros, comenzó su aproximación durante la interna del justicialismo en 1988, después de ser rechazados por los renovadores de Cafiero, según explicó un miembro de la conducción nacional.


Como “Peronismo Revolucionario” hicieron campaña por el menemismo y propusieron repatriar fondos que tendrían en Cuba para un programa de reactivación económica basado en la construcción de viviendas populares.


Más adelante, ya presidente, Menem incluyó a los dirigentes montoneros en el indulto y Firmenich salió en libertad, algún tiempo después de que Roberto Perdía, Fernando Vaca Narvaja y Rodolfo Galimberti -este último ferozmente enemistado con el resto- regresaran al país.


El empresario Mario Rotundo, que fue amigo cercano de Menem durante la primera campaña electoral, participó al menos en tres reuniones en las que se trató el aludido programa económico y la manera de recuperar los fondos montoneros llevados a Cuba.


Uno de esos cónclaves fue el 17 de agosto de 1989, en un complejo turístico que Rotundo posee en Corrientes, por el Peronismo revolucionario asistieron Mario Montoto y Pablo Unamuno hijo. La reunión había sido rodeada de secreto, pero el jefe de Inteligencia de la Policía correntina la detectó y debió ser emplazado a mantener el asunto en reserva.


El segundo encuentro se habría producido, un mes más tarde, en el despacho presidencial de la casa Rosada y el jefe de gobierno habría manifestado que ya había hablado con el empresario Jorge Born quien se habría comprometido a no entorpecer con reclamos la autorización de los fondos eventualmente recuperados en un programa de desarrollo; según Rotundo, se hablaba entonces de 20 millones de dólares. Pero nada se concretó.


En 1989, ya con el presidente Menem en el gobierno, el entonces fiscal del juzgado Federal de San Martín, Juan Martín Romero Victorica, logró que el titular de ese juzgado, Carlos Lutz, embargará bienes de los Graiver por 46 millones de dólares, por considerarlos “verdaderos socios de una asociación subversiva”.


Comenzó, entonces, una serie de pasos judiciales que convirtieron la cuestión en un complejo galimatías legal, donde lo importante fueron las transacciones económicas -básicamente entre los Graiver y los Born- y molestias prácticas, como allanamientos, para Mario Firmenich.


De aquellos años de dramática violencia, tras el indulto, aparentemente sólo queda como secuela legal -y ya prácticamente agotada- una serie de pleitos donde lo importante fueron pactos económicos. Una conclusión triste para una historia con miles de muertos e incontables vidas afectadas.